Bautismo de Jesús y nuestro bautismo

09/01/2011 - 00:00 José Sánchez

Terminadas las fiestas de Navidad, en las que hemos celebrado la manifestación del Hijo de Dios hecho hombre, que nace de la Virgen María y se muestra, como primicia, a María y a José, a los Pastores y a los Magos, la Iglesia da un salto en la vida de Jesús y, en este domingo, 9 de enero, proclama la revelación de Jesús, ya adulto, al comienzo de su vida pública, al Bautista y al pueblo de Israel, con motivo del Bautismo de Jesús por parte de Juan. Jesús, a pesar de la resistencia de Juan el Bautista, se coloca en la cola de los que acudían a ser bautizados con el Bautismo de Juan, como señal de penitencia. No es que el Bautismo de Juan perdonase los pecados; era sólo la manifestación externa de que el que se hacía bautizar estaba decidido a convertirse a Dios. Es evidente que Jesús no necesitaba este signo, porque tampoco necesitaba de conversión. Pero el Bautismo de Jesús se convierte, por voluntad de Dios, en una ocasión para su unción por el Espíritu Santo y para la revelación como Hijo de Dios por parte del Padre. De esta manera, el que se presentaba como uno más, en la lista de los pecadores, resultó ser el Mesías, el Ungido por el Espíritu, el Hijo amado del Padre, que, con su Bautismo, inauguraba un nuevo Bautismo, en el que la inmersión en el agua quedaba como signo de la inmersión en el Espíritu y en la filiación de hijos de Dios. El Bautismo con el que Jesús manda a su Apóstoles y a sus discípulos bautizar lo es en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Por él se perdonan los pecados, se recibe la gracia y los dones del Espíritu Santo, el bautizado es incorporado al nuevo pueblo de Dios, a su familia, y adquiere el compromiso de vivir como tal. En este año 2011, que acaba de comenzar, dentro de nuestro Plan Pastoral Diocesano, centrado en fomentar y potenciar la vocación y misión de los laicos, es necesario que tomemos conciencia de lo que significó nuestro Bautismo y el compromiso que con él adquirimos, mediatizado, en un principio, por nuestros padres y padrinos, pero que después hemos asumido personalmente, sobre todo por medio del Sacramento de la Confirmación, pero también en otros momentos, y que hemos de hacer notar en nuestra vida. El Bautismo es la raíz última y la razón primera de nuestro papel activo en la Iglesia y de nuestra misión como cristianos en el mundo. Los Sacramentos que posteriormente recibimos, como el del Orden Sacerdotal o el del Matrimonio determinan más en concreto nuestra vocación específica; pero la vocación de todo cristiano de vivir como hijo de Dios y hermano de todos los hombres y de ser mensajero y testigo de Jesucristo Muerto y Resucitado, como Buena Noticia que salva, es común a todos los cristianos bautizados. Esta vocación se refuerza y se confirma, como su mismo nombre indica, por el Sacramento de la Confirmación, se alimenta de la oración, de la palabra de Dios y de la Eucaristía, de la vida en la comunidad de fe, se restaura por el Sacramento de la Penitencia, se comparte en la comunidad y se ejercita en la vida. Dada la importancia y trascendencia del Bautismo en la vida cristiana y en la acción evangelizadora, es necesario que recuperemos el valor de este Sacramento. Dado que seguirán recibiéndolo los niños, como es habitual en la Iglesia, para no privarles de esta gracia, apenas nacen, se impone que los padres tomen conciencia de lo que el Bautismo significa para sus hijos y para ellos. Que se preparen bien para su misión de padres cristianos de niños cristianos. Que respondan al compromiso adquirido de educar a sus hijos en la fe, de acompañarles en su desarrollo espiritual, de ir delante de ellos con el ejemplo, de ayudarles a asumir personalmente, según su edad, el compromiso de vivir como cristianos y de responder a su vocación común, como cristianos, o específica, si el Señor los llamase a una vida de especial consagración en le ministerio sacerdotal, en la Vida Consagrada, misionera, apostólica… Que la Fiesta del Bautismo de Jesús sea para nosotros también la ocasión para recordar nuestro Bautismo y, en el caso de los padres, el de sus hijos, para dar gracias a Dios por ello, para revisar el cumplimiento de los compromisos adquiridos en nuestro Bautismo y para renovar nuestra disposición incondicional de servicio a Dios y a los hermanos. . .