Carta del obispo a los jóvenes
Casi sin darnos cuenta ya han transcurrido seis meses desde la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. Atrás quedan los testimonios de fe en Jesucristo de los dos millones de jóvenes, que participaron en la misma. Atrás quedan también las manifestaciones de amor a la Iglesia, de alegría desbordante, de vivencia de la fraternidad, de oración intensa, de espíritu de sacrificio, de superación de las dificultades y de solidaridad.
En nuestra diócesis, después de estas celebraciones, los responsables de la Delegación Diocesana de Pastoral Juvenil han organizado unos encuentros mensuales de convivencia y oración para no olvidar lo vivido y celebrado, para sacar del corazón, como lo hizo María, todo lo escuchado en Madrid y para profundizar en el conocimiento y en el amor de Dios, preguntándonos en todo momento qué quiere y espera de cada uno de nosotros.
Estos encuentros, alimentados diariamente por la oración personal o comunitaria, han de ayudarnos a mantener viva en nosotros la alegría del seguimiento de Jesucristo y el gozo de nuestra pertenencia a su Iglesia. Cuando el Señor me concede la gracia de acompañaros en estos encuentros, siempre le doy gracias por vuestro testimonio de fe y le pido por quienes no pueden o no quieren acompañarnos. Al hilo de la pregunta que Jesús se hacía, cuando curó a diez leprosos y solo uno regresó para agradecerle su curación, me pregunto yo también: ¿Dónde están los restantes jóvenes que participaron en la JMJ? ¿Dónde los jóvenes que reciben cada año el sacramento de la Confirmación y confiesan que quieren ser testigos de Jesucristo en la Iglesia y en el mundo?.
¿Se habrán olvidado de sus compromisos? ¿Habrán olvidado el amor de Dios? ¿Será que ya no necesitan encontrarse con Él y con los hermanos? Si soy sincero, debo confesaros que me preocupan estas ausencias y esta falta de participación, no porque yo piense que en el futuro nuestras iglesias van a llenarse nuevamente de jóvenes, como sucedió en otros tiempos, sino porque deseo de corazón vuestra felicidad y porque pienso que es bueno para todos buscar juntos nuevas respuestas a los interrogantes de la existencia y a los actuales problemas de la juventud. La experiencia de mi relación con vosotros me dice que sois generosos, alegres, cariñosos, acogedores y siempre dispuestos a la solidaridad con los más necesitados.
Pero, también sé por experiencia personal y por el testimonio de los millones de santos, que nos han precedido en la fe, que el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, no pueden encontrar la felicidad ni puede hallar respuestas que ofrezcan plenitud de sentido a sus preguntas sobre el sentido de la vida, sobre la realidad del sufrimiento y sobre el más allá de la muerte, si no se encuentra personalmente con Dios y escucha sus respuestas. Sé que la vivencia de la fe y el seguimiento de Jesucristo no resultan fáciles en estos momentos. Vivimos en una sociedad, en la que el Dios verdadero no cuenta para muchos, porque cada uno se ha fabricado dioses a su medida.
stos no pueden salvarnos pero, inconscientemente, seguimos dándoles culto y prestándoles adoración. Los dioses del dinero, del bienestar material, del poder y del placer ocupan hoy la mente y el corazón de muchos jóvenes, que pretenden encontrar en ellos la felicidad, pero sólo encuentran el vacío y el sinsentido. Ser cristiano en esta realidad exige luchar contra corriente y pensar por cuenta propia sin dejarse arrastrar por los criterios culturales del momento.
Para vivir el seguimiento de Jesucristo todos necesitamos encontrar momentos de silencio y entrar en lo más profundo de nosotros mismos para descubrir los valores fundamentales de la existencia, para buscar la verdad y el bien, para entender el sentido de la auténtica libertad y para no dejarnos arrastrar por lo cómodo, lo fácil y lo placentero. Los cristianos, cuando dejamos que Dios nos hable al corazón, podemos encontrar respuestas convincentes a estos interrogantes.
Es más, podemos escuchar la llamada del Señor que nos impulsa a salir de nosotros mismos al encuentro de los hermanos para construir juntos un mundo que sea hogar en el que todos puedan habitar. Si no nos confrontamos una y otra vez con nosotros mismos, la vida poco a poco pierde sentido, el ser se confunde con el tener y el vivir se centra en el consumir. El Papa Benedicto XVI, consciente de esta realidad y pensando especialmente en los jóvenes cristianos, nos invitaba en los discursos y homilías con ocasión de la JMJ a entrar en nosotros mismos y a dejarnos iluminar por la luz de la fe para poder llevar el conocimiento y el amor de Cristo por todo el mundo.
El quiere que seáis sus apóstoles en el siglo XXI y los mensajeros de su alegría. El Señor y la Iglesia tienen necesidad de vosotros, de vuestra juventud y de vuestro testimonio creyente para que otros jóvenes descubran a través de vuestras buenas obras el amor de Jesucristo. Con estas reflexiones, nacidas del corazón, me despido de cada uno de vosotros, haciéndoos llegar mi cordial saludo y mi recuerdo ante el Señor.