Castromonte, un enclave cisterciense en Castilla y León

28/06/2011 - 12:08 E.P.

El municipio de Castromonte está situado en los Montes de Torozos, los cuales estaban cubiertos de unos espesos bosques de robles y encinas y surcados por numerosos arroyos de escaso caudal.

Las tierras altas del páramo de Torozos han sido históricamente un medio poco propicio para los asentamientos humanos. La existencia de amplias superficies de monte dificultó el florecimiento de pequeños pueblos, que sólo surgieron a lo largo de los valles interiores, en lugares estratégicos para facilitar su defensa.

Es el caso de Castromonte, municipio cercano a las aguas del río Bajoz, y que hunde sus raíces en la época de la Hispania romana. Por aquellos años, se construyeron un buen número de fortificaciones para proteger los pequeños destacamentos o guarniciones, siendo probablemente el origen de Castromonte una de esas fortificaciones romanas denominadas castros.

Durante el Medievo, perteneció Castromonte al noble don Juan Alfonso de Alburquerque, uno de los señores más afamados de Castilla y que tuvo una intervención decisiva en la construcción del hermoso Monasterio de Santa María de la Espina.

De don Juan Alfonso pasó la villa a manos de los Enríquez, más conocidos como "Los Almirantes de Castilla", hasta que en 1663 Felipe IV otorga el título de marqués de Castromonte a Luis Francisco de Baeza, descendiente de Ruy López de Baeza.

Un siglo después, tenemos constancia documental de que existía otro título nobiliario en Castromonte, ostentado en aquella época por Baltasara Teresa Gómez de los Cobos, marquesa de Camarasa, condesa de Castromonte y de Ricla.

Sería ya hacia 1823 cuando la Alcaldía de la villa pasa a manos de los marqueses del Trebolar, que mantuvieron el señorío hasta bien entrada la Guerra Civil española.

Pero Castromonte, además de su riqueza histórica, conserva importantes joyas arquitectónicas que dan realce a la villa, como la iglesia parroquial de la Purísima Concepción, que destaca sobre el caserío, y el monasterio cisterciense de la Santa Espina, situado en un paraje cercano.

En la austera meseta castellana, en la frontera que une Torozos y Tierra de Campos, se encuentra asentado el que fuera Real Monasterio de Santa María de la Espina. A la sombra de sus robustas torres, se encuentra en la actualidad la Escuela de Agricultura de la Junta de Castilla y León.

A este hermoso paraje llegaron los primeros monjes cistercienses en el año 1147, enviados por San Bernardo para iniciar la vida monástica. Según cuenta la tradición, al frente de ellos venía San Nivardo, hermano menor del santo.

El monasterio fue fundado por doña Sancha de Castilla, hermana de Alfonso VI e hija de doña Urraca y don Ramón de Borgoña, restaurador de las murallas de Ávila.

Además de donar los terrenos, doña Sancha viajó a París donde recibió como regalo del rey Luis el Joven una espina de la Corona de Cristo, que posteriormente ella misma donaría al monasterio.

En 1275, siendo rey Alfonso X el Sabio, se iniciaron las obras de la iglesia que, con el tiempo, pasarían a manos de don Juan Alfonso de Alburquerque, tutor y favorito del rey Pedro el Cruel.

Ya en el año 1731, un voraz incendio destruyó la biblioteca, una de las mejores de la Orden, y gran parte del monasterio. Entre los tesoros que pudieron salvarse del desastre está la reliquia de la Santa Espina y el libro de Tumbo, que comenzó a redactarse en el año 1607.

Un arco de estilo grecorromano da acceso al soberbio conjunto monacal; la fachada de la iglesia, del siglo XVIII, fue proyectada por un discípulo de Ventura Rodríguez, y destacan en su traza dos esbeltas torres gemelas.

En el interior del templo, perfecta simbiosis de estilos y épocas, se abren diversas capillas de especial interés, como la Capilla de los Vegas, realizada en el siglo XIV en estilo gótico, la Capilla de la Reliquia, diseñada por Francisco de Praves en el año 1635 y la Capilla del Arcángel San Rafael, donde descansan los restos de Rafael Cabestany y de Anduaga.

Siguiendo el esquema de los monasterios cistercienses, el edificio cuenta con una serie de estancias comunes como son la sala capitular, realizada a finales del siglo XII y de sencilla traza, así como la Sacristía y la biblioteca claustral, ambas con cubiertas góticas y arcos apuntados. El conjunto se distribuye en torno a hermosos claustros neoclásicos.