Choperas encendidas

16/10/2015 - 23:00 Luis Monje Ciruelo

No es necesario irse a la Sierra, ni siquiera a lejanas veguillas alcarreñas para disfrutar de la policromía que nos ofrece el campo al llegar el Otoño. Casi es ya tradición en esta época del año el hacer una escapada al hayedo de Tejera Negra, en los confines de la serranía de Ayllón, tradición tan extendida que acuden hasta en autocares desde Madrid, por lo que desde hace varios años hay que ir provisto de una autorización para visitarlo en el día y hora señalados. Ciertamente, merece la pena el desplazamiento por el indescriptible color rojizo de las hayas y el rúbeo otoñal del brezo, la gayuba y los robles, y, de paso se cruzan los robledales de Palancares y se admira la riqueza forestal del entorno de los pueblos serranos. Yo me limité el sábado pasado a ir una vez más a las choperas del Tajuña entre Armuña y Brihuega a las que me gusta llegar por Lupiana para asomar de repente al valle, casi frente a Valfermoso, desde la altura del llamado Puerto del Rey, donde, según la tradición, se detuvo Felipe II de regreso de la victoria de San Quintín, a cuya conmemoración dedicó luego el monasterio de El Escorial.La explicación de esa ruta está en su deseo de descansar en el monasterio de Lupiana, de la Orden Jerónima, la misma Orden de los monasterios de San Lorenzo y de Guadalupe, de los que llegó a ser Casa Madre el de Lupiana. Abandonado por la Desamortización fue adquirido por el marqués de Barzanallana, quien ha conservado el claustro y transformó en jardín el espacio de la iglesia. Todo el cauce del Tajuña es una continua arboleda de ribera. Salpicada a trechos de choperas que parecían encendidas por el vivo gualdo de sus hojas antes de que el emperezamiento de la savia lo transforme en amarillo decadente, previo a la caída de la hoja que ya empezaba a apuntarse en el extremo de algunas ramas. Sin entrar en Brihuega, continuamos Tajuña arriba por Cívica hasta la gran piscifactoría de Valderrebollo, cuyo entorno parecía iluminado por el color rusiente de sus choperas. En busca de nuevas tonalidades otoñales llegamos a Barriopedro, una aldea bien urbanizada, quizá con tantos habitantes como repetidores individuales de televisión. Una semana después, es posible que los brillantes amarillos que vimos empiecen a mostrarse ya un tanto deslucidos. Pero los valles y los montes seguirán siendo atractivos para los que sientan la llamada ancestral de la Naturaleza.