Ciento una curvas

20/06/2014 - 23:00 Luis Monje Ciruelo

Ahora que el valle del Tajuña está que da gloria verlo en esta primavera tardía, es el momento de viajar a él para disfrutar de la hermosura de sus arboledas. Y no podremos seguir el cauce del río sin asombrarnos de la soberbia perspectiva de un pueblo que se asoma y domina el valle desde un prominente contrafuerte de la meseta alcarreña. Podríamos preguntarnos como Ortega y Gasset ante el Medinaceli soriano: “¿Qué es aquello en lo más alto? Quizá un pueblo imaginario plantado al borde de una cima, allá a una altura terrible. Es Valfermoso de Tajuña, que se asoma a la vega del río como un Medinaceli alcarreño, bastante menor en habitantes que el de Soria. Pero tiene más “fermosura” la perspectiva de la vega del Tajuña que la del Jalón, más verdor y densidad arbórea en sus interminabls choperas que ocultan el cauce del río y crean rincones de ensueño sin más sonidos que el canto de los pájaros, el rumor del viento en la fronda y el batir de las aguas del río.
Y, a distancia, el ronroneo de los coches que suben o bajan desde la N-320 a Brihuega por una buena carretera. Pero para llegar al Medinaceli alcarreño hay que superar ciento una curvas porque desde el valle a la meseta, poco más de un kilómetro en línea recta, hay 250 metros de diferencia en altitud, los que supera la carreterita de acceso a fuerza de curvas, retorciéndose casi como una soga en un talego, según el dicho, pegada a la topografía de la empinada ladera.
Sin embargo, merece la pena, no solamente para contemplar desde la altura la “fermosura” del valle, sino para conocer un pueblo bien urbanizado, con una plaza de frondosos árboles, y un mirador que domina muchos kilómetros de valle. Un mirador al que ningún visitante del pueblo debe dejar de asomarse, incluso sin bajarse del coche. Y, para los interesados por los monumentos, las espectaculares ruinas de su castillo del siglo XV, de planta semejante al de Torija, y, sobre todo, el aljibe que recogía las aguas pluviales de la fortaleza. Un aljibe bien conservado, con capacidad para más siete millones de litros, que nunca se llenaría, y al que se desciende a través de un pasadizo de amplios escalones. Tiene 10 metros de longitud, ocho de anchura y 8’5 de altura con dos bóvedas de cinco arcos semicirculares que cargan sobre sólidas columnas de piedra en descripción de Herrera Casado en su monumental Crónica y Guía de Guadalajara, Es quizá el único modelo en la provincia de aljibe medieval.