Coherencia o espectáculo

02/06/2015 - 23:00 Jesús Fernández

La indignación también sobrevive después de las elecciones. Cuando uno contempla el espectáculo ofrecido por los partidos o por los candidatos elegidos que se lanzan sobre la presa o el botín del poder conseguido para repartirse el pastel o las migajas, uno comprende el festival o festín que es la democracia para algunos dirigentes. El pueblo, votando y eligiendo, ha cumplido con su deber y función, manifestando su voluntad. Ha llegado la hora de los políticos que no están a la altura de sus ideales o promesas y andan arrebañando en los contenedores por si existe algún resto de poder. Ahora se olvidan del pueblo y sólo se acuerdan de su avaricia y ambición. Y aquí nadie dimite por haber perdido y en realidad es que nadie ha perdido y todos han ganado en egoísmo, soberbia, popularidad, liderato, exposición, imagen, publicidad, propaganda. Todos esos réditos sociales acompañan a las elecciones como efectos colaterales aunque se pierdan. El poder perdido también es poder aunque sea poder perdido.En democracia, como en la vida, la coherencia entre pensar y actuar, la responsabilidad y la búsqueda del bienestar general son unos valores, vengan de donde vengan. Los partidos ahora tienen que demostrar coherencia y no espectáculo burdo e indecente y frivolidad. La democracia aquí se ha convertido en un juego de tronos y cromos o sillones. Está pasando lo de siempre en toda Europa. Ya no existe la indignación o protesta popular de las masas porque ella se ha convertido en un partido político, clásico y convencional. Se comienza por creer en la calle o en la plaza pública y se termina creyendo y sentado en el escaño remunerado y refrigerado. Muhos son los manifestantes y pocos los elegidos. Ahora, conseguido el poder, toca vivir de la subvención pública a los grupos parlamentarios regados con el dinero del Estado. La protesta es la antesala del escaño, la calle termina en el pasillo del Congreso y la plaza ahora es el hemiciclo. Hay que desenmascarar tanta farsa que existe en la política y en los políticos.El pueblo es soberano pero también se siente soberanamente engañado por demagogos profesionales. Por lo demás, la parlamentarización regional de la administración del Estado lleva a algunos dirigentes (también regionales) a prometer actuaciones o leyes que no son de su competencia. El poder legislativo de las cámaras autonómicas, además deser excesivo, traspasa las barreras de la Constitución. La referida autonomía no debe entenderse ni ejercerse como poder absoluto y exclusivo, al margen de las competencias delegadas o compartidas con el Estado. Por eso, algunos dirigentes regionales se sienten como dueños de su territorio y sólo les falta un ejército de ocupación que actúe a sus órdenes. El exceso de poder ya no es poder. Nadie quiere reconocer sus límites y no se ejerce con ese sentido de cooperación limitada. El único que no tiene límites es el espectáculo del poder. Por eso sigue y sigue como espectáculo.