Colaboremos con el príncipe de la paz
En nuestros días, desde todos los rincones del mundo, siguen llegando noticias de conflictos violentos y de enfrentamientos armados. La construcción de una paz estable sigue estando amenazada por las acciones terroristas, por el fanatismo religioso, por la falta de respeto a la dignidad de la persona y por la actuación violenta de quienes pretenden imponer las propias convicciones por la fuerza. En todos estos casos, algunos gobernantes tienen su parte de responsabilidad al provocar la violencia con sus decisiones o al no tender la mano a sus adversarios políticos para poner fin a la misma. Pero la paz no es la simple ausencia de guerras o de enfrentamientos armados. En la actualidad podemos constatar con profundo dolor que falta la paz en muchas familias como consecuencia de la llamada "violencia doméstica", del elevado número de divorcios y de los enfrentamientos violentos de los hijos con sus padres. Además, no podemos olvidar tampoco las manifestaciones de odio y de violencia larvada entre los miembros de la familia humana por cuestiones raciales, culturales o políticas. La acentuación de las diferencias y la contraposición entre naciones y grupos sociales es el caldo de cultivo para la división, el enfrentamiento y la violencia. En medio de esta realidad, los cristianos celebramos el nacimiento de Cristo, anunciado por los profetas como "Príncipe de la Paz". Durante los años de su vida pública predicó la llegada del Reino de Dios e invitó a participar del mismo, proclamó bienaventurados a los que trabajan por la paz y nos dejó el mandamiento del amor como fundamento de la paz entre los hijos de un mismo Padre. Aunque ciertamente son muchos los que han cerrado el corazón a Dios y, por tanto, rechazan su amor, existen numerosas personas que viven con esperanza, dispuestas a acoger la paz de Dios y comprometidas activamente en la transmisión de la misma a sus semejantes. La participación consciente en la Eucaristía es un medio extraordinario para recibir la paz de Dios y para establecer en el mundo una red de comunión y de paz entre todos los seres humanos. En la celebración eucarística, Cristo, además de darnos y dejarnos su paz, se entrega a sí mismo para que llevándolo siempre en lo más profundo del corazón podamos ser artífices de paz, comunicándola constantemente a nuestros hermanos en la convivencia diaria. Teniendo en cuenta que la verdadera paz, que el hombre necesita, es un don de Dios, hemos de pedirla confiadamente en la oración. En la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, al comienzo del nuevo año, la Iglesia invita a todos sus hijos a buscar la paz y a orar para que el Señor suscite la luz del amor en aquellos corazones en los que dominan las tinieblas del pecado, de la violencia y del odio. Que María, la Madre del Príncipe de la Paz, nos ayude a todos sus hijos a ser constructores de paz, dejándonos iluminar en todo momento por la Luz de la Verdad. Que Ella nos bendiga e interceda por cada uno ante su Hijo para que colaboremos en la búsqueda de un futuro más seguro y sereno para las generaciones venideras. Con mi bendición, feliz año nuevo para todos.
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