Comienza la Cuaresma

13/03/2011 - 00:00 José Sánchez

Acaba de comenzar la Cuaresma. Acompañamos a Jesús, que camina hacia Jerusalén, donde tienen lugar los acontecimientos de su Pasión Muerte y Resurrección y el Envío del Espíritu Santo a la naciente comunidad cristiana. La Cuaresma es un ensayo y una expresión de la vida del creyente, que arranca con el Bautismo y culmina con la participación en la muerte con Cristo, que nos abre el paso a la vida definitiva con él en la gloria. En su Mensaje para la Cuaresma de este año 2011, el Santo Padre Benedicto XVI ha querido poner de relieve la importancia del Bautismo en el itinerario de la Cuaresma y en la vida de los cristianos. Efectivamente, por el Bautismo hemos recibido la vida divina al participar de la muerte y resurrección de Cristo. Durante nuestra vida en la tierra, caminamos hacia el encuentro definitivo con Cristo por un camino de purificación. Toda la vida está marcada por la purificación, porque también toda ella está amenazada por la tentación y el desvío de la verdadera ruta. Aunque en el Bautismo recibimos la participación de la vida en Cristo, el Bautismo es el comienzo, no la garantía de perseverancia en esa vida.
   Ésta se puede debilitar, adulterar, incluso perder y, desde luego, es necesario que se desarrolle, crezca, se haga adulta y dé frutos de buenas obras. A vivir esa vida con intensidad se nos exhorta especialmente en la Cuaresma, como preparación para el Encuentro con Cristo en la celebración del misterio pascual, suyo y nuestro. El Bautismo marca toda nuestra vida y constituye una permanente llamada a una conversión sincera a la vida recibida. No en vano, en la Vigilia Pascual, se celebra el Bautismo con la Resurrección de Cristo. También la Cuaresma, de modo particular la de este año, correspondiente al ciclo A, está marcada por el Bautismo. Así, en el primer Domingo de Cuaresma se nos ofrece el relato de las Tentaciones del Señor, como llamada también a tomar conciencia de nuestra fragilidad y a renunciar a todo aquello que es incompatible con la vida en Cristo.
   En el segundo Domingo se nos muestra en anticipo la gloria del Resucitado como meta a la que nos conduce el Bautismo. En el tercero, en el relato de la Samaritana, aparece el agua, materia del Bautismo e imagen del Espíritu, que ha de animar la vida del bautizado. “¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza!”. En el cuarto Domingo aparece la luz, que el Señor da al Ciego de nacimiento, símbolo de la luz de la fe, de la gracia y de la vida divina que los bautizados han de conservar y acrecentar, viviendo como “hijos de la luz”. Finalmente, en el quinto Domingo, la Resurrección de Lázaro nos pone ante Cristo Resucitado, que es la resurrección y la vida. Nos invita a creer en él y a situarnos así ante nuestra propia muerte con la esperanza en una resurrección como la suya.
   Es el misterio que celebraremos después durante la Semana Santa y en la Pascua y del que se nutre toda nuestra vida. La Cuaresma nos ofrece una ocasión privilegiada de vivir la experiencia de este camino pascual, ejercitándonos, por medio de la oración, el ayuno, la limosna, la lectura de la palabra de Dios, la práctica de los Sacramentos y otras devociones. Merece la pena el camino cuando la meta es tan fascinante, como es el encuentro con el Señor Resucitado, resucitando con Él.