Comienza la transparencia
02/03/2014 - 23:00
En la democracia actual existe tal confusión y, a veces, identificación entre los partidos y las instituciones que el ciudadano ya no sabe distinguir entre unos y otras. Esto, que parece suceder sólo a nivel político, sucede también a nivel económico. El ejemplo más claro lo tenemos en los llamados Grupos Parlamentarios, es decir, miembros de los partidos que, por elección de los ciudadanos, se han convertido en sus representantes y conforman así la mayor institución de la democracia, o sea, el Parlamento. Pues bien, según lo que rige en otros países, esos miembros del Parlamento (institución) que reciben sus emolumentos de él, ya no deben ser remunerados por los partidos. Y viceversa, el Parlamento no puede financiar a los partidos mediante los grupos parlamentarios. Hay prácticas inmorales que hay que revisar en nuestra democracia. ¿Cuándo comenzará la transparencia? Todo esto tiene que venir exigido por el Reglamento del Congreso. Son necesarias unas normas que limpien la vida parlamentaria de tanta indignidad, interés y egoísmo que rodea la vida de los legisladores y gobernantes. Los que tienen en sus manos la más grande responsabilidad tienen que tener en su conciencia la más grande moralidad y ejemplaridad. En un parlamentario hay que separar lo que es su pertenencia a la institución como miembro del Legislativo, de lo que es su militancia en un partido político determinado que, como tal, pertenece a la sociedad civil y actúa como ciudadano dentro de la refriega política. Parlamentario de día y político de fin de semana. Grupo y circunscripción. Mandato por una parte y militancia por otra. Estas últimas actividades no deben costearse por los ciudadanos sino por los partidos.
El Tribunal de Cuentas debería distinguir entre gastos como miembro del Parlamento y gastos como militante particular de un partido. La actividad del Grupo Parlamentario está circunscrita a las dependencias que la institución pone a su disposición junto con otros medios y personas. Los portadores del mandato pueden contratar el número de expertos y colaboradores que la institución ponga a su servicio como trabajadores del Parlamento. La línea de lo privado no se puede confundir con lo público. Esto se debe aplicar a todos los órganos de representación mal llamada política a niveles regionales y locales. Así entramos en la eterna discusión entre control y confianza. Decía Lenin: la confianza es buena pero el control es mejor. Eso podría conducir a una dictadura. Nuestros políticos piensan, por el contrario, que el control es necesario pero la confianza es mejor. Por ello, se rodean de personas de confianza pero para controlar a los que no llega dicha confianza. No buscan la competencia o la honradez sino la fidelidad y sumisión en los colaboradores.