Cómo se vive importa. Morir es sólo un paso

22/10/2011 - 00:00 José Manuel Belmonte

 
  
     Todos hemos visto partir seres queridos. Nos hemos quedado sin palabras, mudos ante el misterio, anonadados. En esos momentos, grandes interrogantes se abren paso en nuestra mente y nos abruman: ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Cómo? Tal vez no son dudas, ni desesperanza, si uno tiene, la fe del creyente, o al menos la sencillez de creer y esperar a pesar de todo; a pesar del infinito agujero negro. No sabemos ni el cuándo, ni dónde, y sin embargo comprobamos que es “aquí y ahora”. Podemos aún rozar la mano, y la mejilla de quien estaba a este lado y era de los nuestros. Entregó su aliento.
 
  El alma inasible no está ya donde estaba. No hay calor, ni movimiento. No vemos más que un cadáver. Abrazamos el misterio de la ausencia con el dolor y el frío que nos deja. “No nos duele el hecho de la muerte ajena, sino que nos dolemos en las consecuencias de la muerte proyectadas por nuestro pensamiento... Nuestras proyecciones mentales son las que generan el dolor” (M. Conde). Pero saber el componente psicológico es un consuelo débil. La pérdida afecta y desgarra más el corazón que la mente. El dolor es humano.
 
  La muerte es parte de la vida humana que trasciende al tiempo. Es un milagro. Nacer es dejar el calor y las limitaciones del vientre materno para vivir de otra forma. Nos transformamos mientras crecemos. Somos espíritus eternos, que paradójicamente crecemos, sobre todo, interiormente. Vivir es más que ser de una manera. La muerte no es absoluta, porque no es el final. El ser amado no se ha perdido para siempre. Sus genes sí estaban programados para un tiempo limitado. Pero el espíritu no muere, entra en otra dimensión. Nuestra separación, ni es absoluta ni es definitiva.
 
  Después de la muerte se mantiene un vínculo con él. La muerte no es aniquilación, ni disolución en la nada. El alma ha salido del cuerpo para vivir en un estado espiritual, no físico. El cuerpo, en la nueva etapa ya no es necesario. “En la vida aprendemos a expresar y recibir amor, a perdonar. A ayudar y ser útiles, por medio de las relaciones”, dicen los psicólogos. “Nunca morimos de verdad. Simplemente ampliamos nuestro nivel de conciencia, como si atravesáramos un umbral para pasar a un entorno más luminoso, más vívido, un entorno animado por la luz y la música del amor” (Brian Weiss, Los mensajes de los Sabios).
 
   La muerte es útil, para vivir mientras vivimos y nos ayuda a tomar las decisiones adecuadas. Se lo dijo a los jóvenes, el gran Steve Jobs, fundador de Apple, que acaba de dejarnos. Comentó la cita que le impresionó de pequeño: “Si cada día vives como si fuera el último, algún día será verdad”. “Cada día al despertar me he preguntado: ¿si hoy fuera el último día de mi vida, haría lo que voy a hacer? Si mi respuesta era NO, sabía que algo tenía que cambiar”. Eso posibilita la adopción de actitudes internas que den paz e incluso alegría. La actitud ante la muerte, cambia la vida, elimina los miedos. “Recordar que voy a morir pronto es la herramienta más grande que haya encontrado para ayudarme a tomar las grandes decisiones de mi vida. Las expectativas de los demás, el orgullo, el miedo al ridículo, se desvanecen ante la muerte, dejando lo que es verdaderamente importante”. Si el ser querido sigue viviendo, su ausencia nos permitirá seguir creciendo. Reaparecerá más allá, como el Guadiana, camino del infinito mar. “Nuestras vidas son los ríos…”, lo recordaba Jorge Manrique. .