Conciencia y prepotencia
17/12/2010 - 00:00
Disculpa las molestias. Con la palabra bomberos y un número de teléfono. Eran las coordenadas que aparecían en un trozo de hoja que días atrás un desconocido dejó sujeto al parabrisas de mi vehículo. Tras la sorpresa inicial, fue fácil resolver el enigma. La aleta delantera izquierda aparecía seriamente dañada como consecuencia de lo que debió ser un fuerte impacto. Al marcar el número anotado, el suceso quedó aclarado. Resulta que al girar en la calle Alcalleros, el conductor de un camión de bomberos no midió las distancias y golpeó contra mi coche, que estaba estacionado a tres metros de la esquina. Nada que objetar.
Me lo tomé con deportividad. Hubiera sido de majaderos rasgarse las vestiduras. Sobre todo, porque el causante del desperfecto había actuado con una ejemplar conciencia cívica. Una virtud que escasea en estos tiempos que corren. No habría sido extraño que hubiera pasado de largo. Es lo que habría hecho la mayoría. Para qué negarlo. No sólo se identificó sino que me facilitó el contacto. Esa misma tarde, me acerqué hasta el Parque de Bomberos y completé los datos del parte amistoso. Así de fácil. El interfecto se lamentó por el involuntario incidente y la contrariedad que me supondría estar sin medio de locomoción durante varios días. Fueron cinco, inclusive el fin de semana. Pero nunca antes había llevado mi vehículo al taller con tan buena predisposición. Me descubro ante la educación y el miramiento del bombero en cuestión.
Me disponía a abandonar las instalaciones cuando se activó la estridente señal de alarma. Una salida de emergencia, me tranquilizó. En tres minutos, dos vehículos abandonaban los andenes con sendas dotaciones. Al día siguiente, leí en la prensa que seis personas habían resultado intoxicadas por inhalación de humos en un pequeño incendio. Allí estuvo mi bombero. De héroe a villano en apenas seis horas. Y entonces me acordé de algo que me dijo durante la conversación: Es complicado transitar con estos vehículos por calles tan angostas. Y cada vez nos lo ponen más difícil. Camino por esa renovada imagen del casco viejo de Guadalajara y entiendo a qué se refería. Calles ceñidas, con cabezas de diamante y bolardos por doquier. Facilidades, ninguna.
Y para colmo de males, ahora les han colocado un teléfono exclusivo de urgencias. El 080. Lo presentó la concejala del ramo a bombo y platillo. Y no desaprovechó la ocasión para mofarse del protocolo del 112. No tuvo ninguna gracia. El número estándar instaurado en toda Europa para facilitar a millones de ciudadanos el acceso a los servicios de emergencia. Pero nosotros somos diferentes. Antonio Román se ha inventado un nuevo dígito que a buen seguro creará confusión entre los vecinos. ¿A quién llamarán los bomberos si la incidencia requiere de equipos sanitarios, ambulancia o helicóptero? Ustedes mismos. Eso sí, la elocuencia empleada por la edil para convencer de las bondades del numerito en cuestión fue muy convincente. Además de prepotencia, con chulería. Habrá que darles las gracias, a pesar de todo.
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