Contenidos de la misión
03/11/2014 - 23:00
El evangelista San Mateo, al presentar la misión de Jesús, afirma que recorría toda la Galilea enseñando en las sinagogas, proclamando la buena noticia del Reino y sanando toda clase de enfermedades y dolencias (Mt. 9, 36). Cuando envía en misión a los apóstoles y discípulos, les confía un encargo similar al que Él había realizado en cumplimiento de la voluntad del Padre. Como el Maestro, los discípulos han de ponerse en camino para proclamar que el Reino de Dios está cerca, para ofrecer la salud a los enfermos, para curar a los afectados por la lepra, para expulsar demonios y resucitar a los muertos (Mt 10, 7-8). De acuerdo con este mandato misionero del Señor, el discípulo está llamado a multiplicar la obra y quehacer del Maestro, pues Él mismo actúa por medio del discípulo misionero. Por tanto, la misión no es algo etéreo sino un servicio concreto a las personas que tiene el poder de transformar sus vidas. En la acción de Jesús y en la misión de los evangelizadores no es posible quedarse en las palabras. Estas tienen que ir siempre acompañadas o precedidas por las obras. Al pensar hoy en la misión evangelizadora de la Iglesia, no debemos olvidar nunca esta unión íntima entre predicación y acción, entre anuncio y testimonio. En ocasiones, corremos el riesgo de quedarnos únicamente en el anuncio y en la predicación relegando a un segundo plano las obras que han de acompañar siempre al mensaje. Al contemplar nuestras incongruencias y pecados, podemos verlos únicamente como un obstáculo para la misión o como una excusa para la realización de la misma, olvidando que la misión ha de ser siempre un estímulo para aspirar la perfección de vida y para no conformarnos con una vida mediocre. En este sentido, al mismo tiempo que evangelizamos a los demás, tenemos que dejar que Dios y los hermanos nos evangelicen.
De este modo, no caeremos nunca en la rutina espiritual y pastoral. Lo más importante para la realización de la misión es que los misioneros pongamos cada día nuestra confianza en el Señor, viviendo cada instante de la vida con la profunda convicción de que sólo Él es el que salva, purifica, perdona y cura. Si lo hacemos así, dejaremos siempre el protagonismo al Señor y asumiremos con gozo que Él quiere realizar hoy su obra de salvación por medio de la Iglesia y, por tanto, contando con nuestra pobre colaboración. Los santos nos han dejado un testimonio fehaciente de que, en el ejercicio de la misión, es preciso dejar la iniciativa a Dios sin separar el anuncio de la acción. Quienes han tenido la dicha de relacionarse con una persona santa son transformados interiormente por sus palabras, por el testimonio de sus vidas y por los signos de curación que el Señor realiza por medio de ellos. Miremos a los santos e invoquemos su poderosa intercesión ante Dios para que nos ayuden a ser verdaderos evangelizadores y para que no nos conformemos nunca con una vida mediocre, sino que aspiremos siempre a la santidad y a la perfección en el amor.