Conversión a los hermanos

11/03/2012 - 00:00 Atilano Rodríguez


   La Sagrada Escritura nos recuerda que no hay verdadera conversión a Dios, si no existe la conversión a los hermanos. El amor a Dios y al prójimo está tan entrelazado que sería una mentira decir que amamos a Dios, si nos negamos a amar a nuestros semejantes. Las parábolas de Jesús sobre el rico epulón y el buen samaritano nos ayudan a entender que la ignorancia o el olvido de los necesitados pueden incluso acarrearnos la separación definitiva de Dios.

  Con especial fuerza se nos presenta esta separación de Dios en la parábola sobre el Juicio final. De las enseñanzas de la misma se desprende que cada ser humano será juzgado al final de su vida por la apertura o cerrazón del corazón a los hambrientos, los forasteros, los enfermos y encarcelados. La comunión o alejamiento definitivo de Dios por toda la eternidad dependerán de la actitud que el hombre adopte en esta vida con los pobres y marginados.

  La razón última de todo esto hemos de buscarla en el deseo del mismo Jesús de identificarse con cada uno de ellos: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40) Ciertamente, en nuestro mundo existen muchas personas que dan testimonio de su amor a Dios dedicando su vida al servicio a los necesitados. Basta contemplar a los miles de voluntarios, que movidos por la fe en Jesucristo entregan cada día sus personas, su tiempo y su dinero para paliar la soledad, el sufrimiento y la pobreza de sus semejantes.

  En sus personas el amor a Dios y el amor a los hermanos se funden entre sí. Desde la comunión con Dios han aprendido a mirar al hermano, no con sus propios ojos y sentimientos, sino con la mirada y los sentimientos de Jesucristo. Sin embargo, a pesar de estos testimonios espléndidos de amor, vemos que aún existen muchas personas, que viven demasiado centradas en sí mismas, preocupadas únicamente por sus problemas y dedicadas a la acumulación de bienes materiales sin tener en cuenta a los necesitados. Estas actitudes y comportamientos revelan que existe un desprecio de la suerte del hermano y que nos hemos acostumbrado al dolor, a la necesidad y al sufrimiento de los empobrecidos.

  El Papa Benedicto XVI, en el mensaje publicado con ocasión de la Cuaresma, nos invita a fijar la mirada en el otro, especialmente en Jesucristo. En la contemplación del rostro de Cristo podremos entender que el amor a Dios y a los hermanos procede del infinito amor del Padre hacia cada ser humano, pues Él nos ha amado primero. Esto tiene que llevarnos a estar atentos a los otros, a descubrir las cosas buenas que el Señor realiza en ellos, a desterrar la calumnia y la critica corrosiva.

  En definitiva se trata de ver al hermano como alguien que me pertenece, que necesita ser escuchado, acompañado en sus sufrimientos y transformado interiormente por el amor. Si queremos cambiar el rostro de la sociedad, hemos de dar pasos decididos en la búsqueda del bien del otro en los aspectos físicos, morales y espirituales. No podemos engañarnos a nosotros mismos diciendo que amamos a Dios, si no expresamos con gestos concretos el amor a nuestros semejantes. En el servicio al prójimo podemos llegar a descubrir el infinito amor de Dios a cada ser humano y lo mucho que hace por nosotros y por nuestra salvación. Con mi sincero afecto, feliz día del Señor. etc.