Corrupción publica y publicada

18/02/2016 - 23:00 Jesús Fernández

La corrupción centra y agita el debate sobre la democracia de situación en nuestros días. Nos acogemos a este juego de palabras para desarrollar una visión del problema de la corrupción social en dos partes. La primera es la fase antropológica: el hombre está esencialmente corrompido y dañado, es deshonesto, interesado, egoísta por naturaleza. Esta situación radical y original del ser humano aflora y se manifiesta en todas sus actividades, incluida la política, que es una derivación de ella. Por tanto, el mal, la tendencia, la inclinación está en nosotros y hay ciertos sistemas o dedicaciones que sirven para activarla. La corrupción en la política, en la economía y en la administración está creciendo a lo largo y ancho de todo el mundo. Los ciudadanos tenemos la culpa pues no habría políticos corruptos si no hubiese miembros de esos partidos que les apoyan, ensalzan, aplauden y promueven. Los políticos nos representan hasta en la corrupción. El pueblo como tal tiene su tribunal en a conciencia.
Por otra parte, además de no usar la perversidad e inmoralidad de algunos como arma arrojadiza y ventajista sobre los adversarios, no se puede decir que la corrupción deslegitima a las organizaciones, a los partidos, a sus dirigentes o, en su caso, a los gobernantes. La soberanía del pueblo y su representación es una cosa y las conductas abusivas son otra. Ningún ciudadano o miembro de una institución se alegra de la corrupción de sus adversarios o instituciones pues nos afecta y nos daña a todos como Estado, como sociedad, como nación. La vida ostentosa y de lujo de muchos de nuestros dirigentes sociales, políticos, empresariales, sindicales y religiosos es escandalosa. Sigue siendo verdad que la corrupción es un peligro para la democracia. Los que, hace años, hacíamos esta afirmación éramos tratados como ilusos, visionarios, reaccionarios, antiguos o resentidos. La verdad y la razón han necesitado tiempo para que llegue la confirmación.
Por otro lado, está la deshonestidad en democracia. No hay corrupción política específica sino humana y social. Todo comienza por entender el poder como aspiración o control y no como servicio, sacrificio o renuncia. Los partidos políticos de hoy son los señores feudales de antaño y se sienten dueños del poder otorgado por los ciudadanos. Lo lamentable es que la democracia formal haya servido de ocasión y coartada para cometer los abusos y crímenes morales a los que asistimos impotentes. Rige entre nosotros una colonización de los partidos políticos en virtud de la cual los ciudadanos son todavía menores de edad como decía Kant de su tiempo. Hay más corrupción pública que la publicada. Porque también su comunicación o publicación en los medios está corrompida. Quien tiene poder tiene poder para corromper y para controlar su aparición o publicación. Pero una corrupción oculta es más corrupción. La política y los medios pierden mucha credibilidad en este campo.