Crisis global, una oportunidad para decrecer

01/10/2010 - 09:45 Hemeroteca

Cartas al director
JOSÉ ANTONIO LÓPEZ-PALACIOS VILLAVERDE / Responsable de Organización de Izquierda Unida
Los últimos 20 años del siglo XX resultaron fundamentales para conseguir que un nuevo fantasma, disfrazado de “progreso”, recorriera Europa. La totalidad de los Gobiernos, la inmensa mayoría de los medios de comunicación, y una buena parte de los ciudadanos del continente (y del mundo mundial) se creyeron la falacia dominante del: “crecer es vivir mejor” y asumieron como buena la ecuación: “crecimiento es igual a desarrollo”.
Pero en los años que llevamos del siglo XXI, a la par que hacía aguas la burbuja financiera (y el sistema capitalista que la alimentaba) iba creciendo una idea, sembrada en los años 70 por el movimiento ecologista radical y por una buena parte de la izquierda crítica, que anunciaba ya esta crisis y avanzaba propuestas de futuro para después del “caos”.

A nadie le caben dudas sobre cómo funciona el capitalismo. Su premisa básica es sencilla: se trata de aumentar el beneficio individual, de manera rápida y trasladando las “inversiones” a las áreas del planeta donde aquel se consiga en el plazo de tiempo más corto. Así de simple.

El modelo dio frutos mientras la economía financiera (que como todo el mundo sabe se encuentra en las antípodas de la economía real) creaba dinero a espuertas, a través de la especulación con el propio dinero, haciendo bueno el refrán que la sabiduría popular acuñó acertadamente con la frase: “dinero llama a dinero”.

Así, el “dinero” se multiplicaba sin que en la práctica existiese el más mínimo intercambio de materia, trabajo y energía. Pero lo curioso era que mientras “el capital-dinero” aumentaba de manera desenfrenada, el “capital-natural” disminuía a pasos agigantados, haciendo insostenible, no sólo el sistema financiero internacional, sino todo el sistema capitalista clásico que lo sustentaba. Y eso sin hablar de los “daños colaterales” que afectaban, y siguen castigando sin piedad, las maltrechas “economías” de los trabajadores de medio mundo.

Con este panorama, las políticas de lucha contra la crisis financiera internacional se están basando en apuntalar el sector bancario mundial y facilitar la “suficiente” liquidez a los mercados para que recuperen la malherida confianza en el sistema y presten dinero con el que seguir consumiendo hasta la hecatombe final. Los 50.000 millones de euros que el Gobierno español quiere gastarse en comprar activos a los bancos, más los 100.000 millones que ha puesto sobre la mesa para “avalar” a la banca, son la “receta” que nuestros gobernantes han ideado para hacerse cargo de las “pérdidas” de esas entidades financieras. Así pues, y para apuntalar un poquito más el negocio, más de lo mismo.
Pero esta crisis es también una oportunidad para el cambio de modelo. Hay que elegir entre quienes pretenden seguir dejando que unos pocos especulen con nuestros ahorros, controlen los puestos de trabajo e inviertan en sectores improductivos, con el único fin de “crecer” ilimitadamente, y quienes pensamos que, el crecimiento contínuo e ilimitado, en un planeta limitado, no es que sea sólo insostenible, que lo es, es que resulta imposible de llevar a la práctica.
Esquilmar el capital natural del planeta para “crecer” ilimitadamente y consumir hasta el fin, es caminar al suicidio por la senda del “sálvese quien pueda”. Parece llegada la hora de empezar a pensar en decrecer, con el objetivo solidario de “tener menos para vivir mejor”.