Cristo ha resucitado

31/03/2013 - 00:00 Atilano Rodríguez

  
  
  
  Cristo ha resucitado. Aleluya. Este es el gran mensaje de la Pascua y este es el fundamento de la fe cristiana. Por eso la Iglesia no cesa de proclamar esta gozosa noticia a todos los hombres de la tierra, especialmente a aquellos hermanos que sufren persecución, desprecio y hasta la misma muerte por confesar su fe en la resurrección de Jesucristo y por ofrecer amor, verdad y justicia a sus semejantes. Pero la confesión de la resurrección de Jesucristo no sólo le afecta a Él, también nos afecta a todos los cristianos. Injertados en Cristo resucitado por la acción del Espíritu Santo en el sacramento del bautismo, somos invitados a conocerlo, a seguirlo y a permanecer en Él por medio de una vida santa, avanzando cada día en compañía de los hermanos hacia la Pascua eterna.
 
  Ciertamente las dificultades, los problemas y los sufrimientos de la vida no desaparecerán en el recorrido del camino, pero nadie ni nada podrá separarnos ya del amor de Jesucristo. Como nos decía el Papa Benedicto XVI, en la Pascua de 2009, la resurrección de Jesucristo “ha creado un puente entre el mundo y la vida eterna, por el que todo hombre y toda mujer pueden pasar para llegar a la verdadera meta de nuestra peregrinación terrena”. Para que podamos transitar con seguridad por este punte, el mismo Jesús ha querido quedarse con nosotros bajo las especies del pan y del vino en la Eucaristía.
 
  Por eso, la Iglesia, además de proclamar la resurrección de Jesucristo como acontecimiento real e histórico, invita a todos sus hijos a celebrarlo cada día en la Eucaristía y, de un modo especial, el domingo, “día del Señor”. La Iglesia, cumpliendo con el encargo de Jesús a los apóstoles en la última cena, no cesa de invocar cada día el envío del Espíritu Santo en cada celebración eucarística, para que el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y en la Sangre del Señor y, de este modo, puedan ser alimento del pueblo peregrino desde este mundo hasta la Pascua eterna. Es más, reserva las especies sacramentales en el sagrario para que todos podamos adorar, escuchar y contemplar el amor del Resucitado hacia cada uno de los seres humanos. Hoy, necesitamos testigos alegres de la Resurrección de Jesucristo.
 
  La Iglesia y el mundo tienen necesidad de que surjan hombres y mujeres, niños y jóvenes, que se postren de rodillas ante el Señor, reconociéndolo como el único dueño y Señor de sus vidas y el único que merece la entrega incondicional de nuestra existencia. En unos momentos, en los que muchos hermanos confiesan no creer y otros desconocen la presencia del Resucitado en la Eucaristía, es preciso proclamar con el testimonio de la palabra y de las obras que Cristo vive, nos acompaña y quiere regalarnos su Cuerpo y su Sangre para que no vivamos ya para nosotros mismos y para nuestros caprichos, sino para Él, que por nosotros murió y resucitó.
  Para todos, feliz Pascua de la Resurrección del Señor.