De unos alcahueses

15/01/2016 - 23:00 Pedro L.Toledo

Me gusta esta época del año (que no la Navidad), puesto que suelo quedar con los clientes y ver el cierre del ejercicio, las novedades, cómo va el negocio, la familia y la vida en general. La semana pasada después de una de estas citas y aprovechando el buen tiempo de este invierno, acudí con mi cliente a tomar algo a una terraza de Guadalajara. No voy a indicar el nombre, pero si diré que me sorprendió que estuviera totalmente vacía.
Sin embargo, cuando vino el camarero a tomarnos nota, elegantemente vestido, me llevé una grata impresión. Era un viejo conocido, con el que me unía cierta amistad, puesto que habíamos coincidido en el servicio militar (y dices tú de mili) pero al que hacía varios años que no veía.
Cuando nos trajo las bebidas, la buena impresión quedó diluida, al acompañar a las cervezas de unos tristes panchitos (vamos los “alcahueses” de mi pueblo de toda la vida). En un principio no tenía pensado decir nada, pero como quiera que mi amigo entabló conversación con nosotros repasando lo que habían sido estos años, no tuve por menos que preguntarle, si no tenía algo más aparente para acompañar a la bebida.
-Pues mira que lo siento, pero no tengo nada más – me contestó.
-Espero que no te moleste, pero se me hace extraño, seguramente con alguna tapa, la gente consumiría más e incluso vendría más gente.
-Pedro, tienes toda la razón, yo pienso lo mismo, pero donde hay patrón…. Me gustaría indicar aquí, que mi cliente, es titular de una sociedad, en la que trabaja solamente en compañía de su esposa. Sociedad que marcha muy bien y que va a necesitar meter algún empleado tal y como habíamos hablado minutos antes. Por lo que, tratando de sacar algo en claro, quise seguir indagando.
-Esto, ¿lo has comentado con tu jefe o es solo una opinión?
-Pues mira, lo he intentado al menos tres veces. La primera llevaba poco tiempo y me dio la razón sin hacerme ni caso. Y en la segunda llevaba más tiempo y volvió a hacer lo mismo. -Has dicho tres, ¿en la tercera?
-En la tercera directamente me mandó a paseo. Me dijo que me ocupara de mis cosas, que él era el dueño, que él había crecido en el restaurante de su padre y que él había estado en la escuela de hostelería no sé cuántos años, como para no saber lo que hacer. Con lo que, me callé y desde ese día poco más digo en la empresa. Mi amigo se marchó y me quedé a solas con mi cliente. No me dejó hablar. -Pedro, no digas nada, creo que hoy he aprendido algo.
-Yo también. Lo primero que no volveré a ese sitio. Lo segundo que he identificado el error de no escuchar a aquellos que están bajo nuestra responsabilidad, por creernos por encima de ellos. Ahora espero no cometerlo.
Que la fuerza os acompañe.