Destino
El destino puede ser caprichoso, pero nunca tan cruel como lo fue hace unos días en los Alpes franceses. En una tragedia como la del Airbus A320 de Germanwings el ser humano se encuentra perdido, desarmado, indefenso. Siente la necesidad imperiosa de agarrarse a una explicación; a una certeza que le ayude a superar el dolor. Aunque sea imposible encontrarla. Los familiares de las 150 víctimas mortales, cuyos restos quedaron esparcidos por los Alpes, ya han recibido esa información, pero como quien recibe mientras intenta levantarse un nuevo mazazo. Otro golpe más duro, inesperado y cruel. La mente de una persona está seguramente preparada para aceptar el error humano o el fallo mecánico que ha provocado un accidente aéreo. Pero nunca está suficientemente preparada para comprender que otro semejante, en este caso el copiloto de la aeronave, decida acabar con su vida y con la de 149 personas más que habían subido a bordo con él en el aeropuerto de Barcelona. La tragedia adquiere así tintes más dramáticos y la incomprensión es absoluta. Creo que la enfermedad del copiloto Andreas Lubitz no debe ser considerada una atenuante y mucho menos para los responsables de la compañía Lufthansa para la que trabajaba, pues deberían de haber extremado los controles, si como parece el citado trabajador estaba en tratamiento por depresión. Y de baja por enfermedad. Nunca sabremos lo que pasó por la cabeza de Andreas Lubitz en esa maldita cabina que decidió bloquear antes de pulsar el botón de descenso y estrellar la aeronave en un talud inhóspito de los Alpes. Como tampoco sabremos cómo reaccionó Andreas a los golpes desesperado en la puerta de su compañero. O si en algún momento pensó abrirla antes de que el avión se precipitara en busca de las tinieblas. Ni sabremos nunca si todo lo hizo premeditadamente o fue una reacción espontánea, una especie de arrebato, al advertir la ausencia del compañero capitán de vuelo. ¿Qué pudo pasar por la cabeza de ese joven de 27 años para provocar una catástrofe como esta? Nunca lo sabremos. Lo único que tenemos claro es que 149 pasajeros tuvieron la desgracia de cruzarse en su camino con ese destino cruel que de cuando en cuando nos sobrecoge y nos hace reflexionar sobre la fragilidad del ser humano.