Donde no hay legalidad...
El premio Nobel de literatura, Vargas Llosa, afirma con gran lucidez que donde no hay legalidad surge la barbaridad. Aparentemente en esas estamos. Aunque me gustaría añadir que en ese contexto de anarquía puede y debe surgir el coraje y la valentía. Y hay múltiples hechos que lo demuestran, aquello y esto. Algunos siglos antes de nuestra era, el viejo fundador de un sistema ético, Confucio, dijo que: la peor cobardía es saber qué es lo justo y no hacerlo. Lejos de China, el gran orador heleno Pericles, también antes de Cristo abundaba en la misma idea: quien consiente un mal es tan culpable como quien lo hace. Nadie es indiferente. Algunos ejemplos. Los cristianos están en el punto de mira de Al Qaeda, pero también, de muchos modos, en España. Se ha pagado a los terroristas en el mar y también en el desierto. Los terroristas se comparan con Mandela viviendo protegidos en Venezuela. Aquí, sin ir más lejos, la justicia había dicho que Batasuna era ETA, pero no sólo se ignoró la sentencia, sino que se les ayudó (Faisán), y se ha suavizado o puesto en la calle a gente sin cumplir su condena. En otro orden de cosas, también graves, mientras aumenta el paro, y se congelan las pensiones y se reduce el sueldo a mucha gente, se sigue regalando el dinero a manos llenas a países que no nos respetan, a sindicatos anestesiados, grupo de la ceja, y empresas ideológicamente afines, a gays y lesbianas. Y mientras se critica a Francia y a su presidente por la política de la emigración y la defensa de la cultura francesa, aquí impera el multiculturalismo, la alianza de civilizaciones, y emigración con todos los derechos pero ninguna obligación. Etnias y religiones minoritarias son prioritarias y primadas en atención clínica, escolar, ayuda social y de vivienda. Todos tienen miedo a parecer racistas. ¿Porqué no una política europea común? Y por último, el corporativismo impera para tapar cualquier tipo de corrupción, error o mangoneo. Es la hora de los valientes. Ejemplo, una persona, Antonio, en coma por una negligencia médica y su familia-coraje, resisten 21 años reclamando justicia, en la pura calle. Y, por fin aparecen dos valientes, un hombre, Ignacio, ayudante de cirujano, y una madre que aquel día estaba en la sala de espera, porque también operaban a su hijo. ¿Qué justicia? De nuevo, la rebelión cívica en la calle, defendiendo la dignidad de las víctimas, el día 6 en Madrid. Pocos o muchos son voces contra el terrorismo y contra la mentira. El Papa y los católicos, protagonistas desde el sábado, también en Barcelona, con la cultura y el arte. En Santiago será peregrino de los auténticos valores, inalienables y universales. A pesar de los intolerantes, ignorantes y contra el papanatismo político. Y los que consideran que no es normal, que una niña de 10 años, del país que sea, venga a dar a luz a España, a la permisiva y progresista Andalucía. La sociedad española, mayoritariamente, es partidaria del derecho a la vida. Pero un hijo no es la última muñeca o muñeco de ninguna niña, ni el primer juguete de una pre-adolescente. Y los de fuera y los de dentro deberían saber que la educación es necesaria y aquí, obligatoria. Que las leyes no deben cumplirla sólo los españoles. Y que no es posible, como dice Ángela Merkel, seguir manteniendo la multiculturalidad. ¿Quién se ha preguntado por qué Sarkozy tuvo que tomar ciertas medidas, incluso en contra de los progresistas europeos? Una madre con 10 años es una aberración, no ella, el hecho en sí. Debe hacer pensar. Algunas voces comienzan a señalar a los Asistente Sociales, Concejales de Servicios Sociales, Consejerías del Ramo, y Ministros de la Cosa, como corresponsables de la confusión, y por manejar sin responsabilidad las ayudas y beneficios a personas que ni han cotizado, ni tienen ganas de trabajar, ni de integrarse en la sociedad. ¿No es atizar la ceremonia de la confusión de las culturas, emplear millones de euros, para que los españoles puedan aprender una lengua para entender a los que llegan, sin que los acogidos muevan un dedo para aprender nuestra lengua y nuestras costumbres? Tengo para mí que ha llegado la hora de los valientes, no de los correctos ni de los elegantes. Muriel Barbery, en su libro La elegancia del erizo dice quelos hombres viven en un mundo donde lo que tiene poder son las palabras y no los actos, donde la competencia esencial es el dominio del lenguaje. Pero eso es vacuidad, mentira e iluminismo. Hay que dejarse de retórica, arremangarse y coger el toro por los cuernos. Hechos. Menos hablar y trabajar más. De buenas palabras hasta los americanos están hartos.