Duelo de palabras
01/10/2010 - 09:45
Por: MAR GATO. MADRID
XXXI Certamen Nacional de teatro 'Arcipreste de Hita'
La representación por primera vez de un texto de Koltés sobre un escenario de Guadalajara no defraudó en la cuarta entrega de la Sección Oficial del Certamen Nacional de Teatro Arcipreste de Hita.
Las desnudas tablas del teatro Moderno fueron testigo del encuentro casual de dos personas en una noche oscura, para más señas, un inmigrante y un europeo, el punto de partida de la que sería una sucesión y cruce de monólogos donde la riqueza lingüística y el uso constante de metáforas hizo a más de uno perder el hilo de una historia de posturas encontradas, donde los intereses transaccionales, los miedos o la violencia fueron generando a lo largo de una hora de des-encuentros una tensión cada vez más creciente hasta convertirlo en un mecanismo de relojería a punto de estallar.
El por qué, resulta sencillo de definir si miramos en el trasfondo de la obra: los personajes son incapaces de comunicarse entre sí, una situación que les llevará irremediablemente a un final fatalista tras ver frustradas varias posibilidades de acercamiento.
La interpretación de los actores, sin más compañía que un foco en posición cenital que delimitó en todo momento su ubicación, fue la baza fundamental de una obra basada en la fuerza de la palabra y la acción de los dos únicos actores que se subieron al escenario, elementos que convierten la historia en cercana, fácilmente reconocible por todos y extrapolable a la realidad actual. Quizá por ello, por esa identificación con los episodios cotidianos que nos rodean, los espectadores se vieron sumidos en una obligada reflexión acerca de nuestro mundo, haciendo autocrítica de nuestra persona, la única responsable de que en este mundo no nos entendamos. Ésta fue la moraleja de una obra a la que acudieron más bien pocos, aunque con presencia notable del público juvenil, algo de alabar.
El por qué, resulta sencillo de definir si miramos en el trasfondo de la obra: los personajes son incapaces de comunicarse entre sí, una situación que les llevará irremediablemente a un final fatalista tras ver frustradas varias posibilidades de acercamiento.
La interpretación de los actores, sin más compañía que un foco en posición cenital que delimitó en todo momento su ubicación, fue la baza fundamental de una obra basada en la fuerza de la palabra y la acción de los dos únicos actores que se subieron al escenario, elementos que convierten la historia en cercana, fácilmente reconocible por todos y extrapolable a la realidad actual. Quizá por ello, por esa identificación con los episodios cotidianos que nos rodean, los espectadores se vieron sumidos en una obligada reflexión acerca de nuestro mundo, haciendo autocrítica de nuestra persona, la única responsable de que en este mundo no nos entendamos. Ésta fue la moraleja de una obra a la que acudieron más bien pocos, aunque con presencia notable del público juvenil, algo de alabar.