Eduquemos para la paz
En los últimos tiempos, muchos contemplamos con dolor e impotencia la constante y creciente persecución, a la que son sometidos los cristianos en distintos rincones del planeta. En nuestros días aún existen países, en los que no existe libertad religiosa y se prohíbe la práctica de cualquier religión que no sea la islámica. En otros, como consecuencia de las insoportables dictaduras comunistas, los cristianos son marginados, viven sometidos a trabajos forzados o ya han sido exterminados.
Durante las celebraciones de la Navidad, los medios de comunicación daban la triste noticia de la muerte violenta de más de cuarenta cristianos en el norte de Nigeria mientras participaban en los oficios religiosos. Asimismo nos llegaban informaciones, en las que se decía que unos dos mil quinientos policías habían tenido que custodiar las iglesias cristianas en Pakistán para garantizar que los cristianos pudieran celebrar las fiestas de Navidad en paz.
A pesar de los constantes llamamientos a la convivencia y al respeto mutuo, cada día nos desayunamos con actuaciones violentas contra los cristianos en algún lugar del mundo. Aunque en la mayor parte de los casos la convivencia entre cristianos y musulmanes se desarrolla por cauces de armonía y respeto mutuo, sin embargo estos comportamientos violentos, provocados normalmente por grupos islámicos radicales, además de mostrar un total desprecio a la vida humana, siembran la división, el odio y la enemistad entre los miembros de la familia humana.
En estos casos, en vez de tender puentes para la consecución de la paz, mediante el respeto y el amor al otro, se prefiere utilizar la violencia para eliminar al que tiene un credo religioso distinto, aunque esto siembre destrucción, dolor y muerte. La historia, que es maestra de la vida, nos enseña que la violencia engendra más violencia y que la convivencia pacífica, el respeto mutuo, el diálogo fraterno y la comprensión no se improvisan, sino que requieren un largo aprendizaje desde la más tierna infancia. La formación de las conciencias en la justicia y la paz, para hacer hombres pacíficos y constructores de paz, tiene que partir de la familia y debe desarrollarse en los centros educativos.
Pero estas dos instituciones, para cumplir su misión con éxito necesitan recibir el apoyo de los gobernantes, de los medios de comunicación y de toda la sociedad. La Iglesia, consciente de que la educación para la paz, forma parte de su misión evangelizadora, además de presentar a Jesucristo como el Príncipe de la paz, no cesa de señalar que, ante la cultura del relativismo, es necesario no solo instruir sino educar. Partiendo de esta urgencia educativa, el Papa Benedicto XVI, en el Mensaje con ocasión de la Jornada Mundial de la Paz, nos recordaba que debemos mirar con mayor esperanza al futuro y que hemos de trabajar para dar a nuestro mundo un rostro más humano y fraterno, sintiéndonos unidos en la responsabilidad respecto a las jóvenes generaciones de hoy y de mañana, particularmente en educarlas a ser pacíficas y artífices de paz.