El caso de María, otro ejemplo del drama

15/01/2013 - 00:00 Redacción

 
Los desahucios se repiten a miles cada día y los hipotecados que no pueden hacer frente al pago de sus letras se quedan sin la vivienda en la que habitan, y que han pagado en parte, y posiblemente con una deuda. Muy pocos de estos casos alcanzan trascendencia mediática, aunque todos tienen al menos el apoyo moral y jurídico de las plataformas o colectivos ciudadanos constituidos con fin solidario. Una de las historias que si ha trascendido es de la de María, una mujer, ahora de 75 años, que avaló con su vivienda la compra del piso de su hijo. Ella asumió el pago de 700 euros al mes y parece que no se le explicó suficiente que la mensualidad estaba a sujeta a un tipo variable y la cifra por magia alcanzó los 1.400 euros al mes a lo que se sumó la pérdida del puesto de trabajo de su hijo. Perdieron el piso de él y ahora, con la ley y los números a su favor, quieren ejecutar el aval al existir impago y la forma sería quedarse con el piso de la madre, totalmente pagado por ella. Esto no sucederá porque, al menos, la entidad financiera ya ha ofrecido a María quedarse a vivir en el piso disfrutando del usufructo.
 
  A su muerte, el usufructo se extinguirá y pasará el inmueble a su propietario, es decir, al banco. La mujer, como buena madre, quiere que el usufructo se prolongue durante la vida de su hijo Miguel para que este no quede sin techo. Su lucha y valentía es elogiable al margen de la razón que pueda llevar. Ella tiene la suerte de gozar del apoyo moral de todos. Otros muchos no. El problema de fondo es un drama. Las deudas, de toda la vida, hay que pagarlas y los contratos cumplirlos y donde fuerzas no alcanzan… hay que llegar a acuerdos imaginativos por razones humanitarias. Usufructos, alquileres baratos, traslado a otro piso de protección, lo que sea, pero la gente tiene que vivir y cumplirse el derecho constitucional a una vivienda digna. Muchos fueron ‘engañados’ por los asesores de los bancos al no ser conscientes de lo que firmaban, lo que en tiempos se llamaba usura. A la gente se la ha empujado a comprar lo que no podía. Ahora no se la puede ‘machacar’.