El Dios de la cueva
31/12/2011 - 00:00
Gaudete, gaudete! Christus est natus ex Maria virgine, gaudete! Un Dios muy pequeñito al que se puede estrechar entre los brazos y cubrir de besos. Un Dios calentito que sonríe y que respira, un Dios al que se puede tocar y que vive (Sartre). Un Dios que nace en una cueva, en una gruta de la recóndita Belén. La caverna ya no es un abismo trágico, inconsciente, telúrico, guarida de prófugos y brujas. Ya no es ese símil del mundo donde, según la tradición zoroástrica y griega, los hombres permanecían encadenados por su ignorancia.
Et Verbum caro factum est et habitavit in nobis (Jn 1, 14). Dios se ha encarnado, ha acampado entre nosotros. Toda huida del mundo es estéril por cuanto el mundo ha quedado preñado de Dios. Jesús ha nacido del vientre sagrado de la mujer (¿qué ámbito humano hay más sagrado que la matriz, donde se gesta toda vida humana?). Jesús ha nacido en una gruta: en el vientre de la tierra. El mundo, desde sus cimientos, está ahora transido de Dios.
El mal sigue serpenteando, pero culebrea ahora desenmascarado. Nadie confundirá ya la divinidad con Moloch: ningún Dios fenicio o azteca tragará en adelante niños ni sacrificios humanos. Dios es inocencia y verdad. Dios es Luz. Dios es un Niño que ríe y llora, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí
un decir sin límites: sí y amén (Nietzsche). Desde hace dos milenios la luz brilla en las tinieblas (Jn 1, 5).
Ubi caritas gaudet ibi est festivitas. Así exultaba S. Juan Crisóstomo: donde se alegra el amor, allí hay fiesta. No una fiesta espuria, nevada de confeti, que se celebra a sí misma.
La Navidad, el dolç Nadal, la Merry Christmas, la joyeux Noël cantada en todos los idiomas, es, con la Pascua, la fiesta entre las fiestas. Donde uno recibe y posee lo que ama. Donde ese don, regalo gratuito, se recibe en común. Alegría por tanto compartida, comunitaria, que afirma el sentido del mundo ¡qué bien que él exista! y lo celebra hasta el derroche. Gastos extras para festejar el acontecimiento; pero, ante todo, sobreabundancia espiritual, contemplativa, de amor para acoger el don, la belleza que se nos regala. Como decía un sabio, la única manera de saber reír es tomarse en serio la trascendencia.
Por eso todo cántico espiritual (de S. Francisco de Asís, S. Juan de la Cruz o Joan Maragall) es una afirmación del mundo. Porque el mundo no es ningún cuento sin sentido contado por ningún idiota. Lo ha nombrado Dios y ha visto que es bueno y bello. Lo ha renacido, lo ha colmado y redimido desde la cueva de amor viva de Belén a la gruta sepulcral que hizo estallar de luz el día en que Resucitó.