El impresor renacentista Aldo Manuzio pasea por Sigüenza

27/08/2016 - 12:32 Alfonso Batán de Cienfuegos

En el entorno de las fiestas de Sigüenza el escritor Javier Azpeitia presentó 'El impresor de Venecia', una comedia histórica sobre la figura del gran impresor renacentista Aldo Manuzio.

En el entorno de las fiestas de Sigüenza, el escritor Javier Azpeitia presentó entre amigos seguntinos la novela El impresor de Venecia, una comedia histórica sobre la figura del gran impresor renacentista Aldo Manuzio, primer editor moderno. Manuzio revolucionó el mundo cultural, en una época de crisis, muy parecida a la nuestra. Y lo hizo fijando los modos de impresión que mantenemos, inventando el libro de bolsillo y creando el primer catálogo literario coherente, en que convivían las grandes obras de entonces, los clásicos latinos y muchas de las primeras ediciones de filósofos y poetas de la Antigua Grecia.
    El acto, organizado por Sigüenza  Universitaria y su principal artífice, Javier Bussons, y el Ayuntamiento de la villa, tuvo lugar el pasado viernes 19 de agosto en el centro cultural El Torreón. Arropaban al escritor el pintor Emilio Fernández-Galiano y el editor y filólogo seguntino Gerardo Gonzalo. Los tres cumplieron la promesa, con que Fernández-Galiano abrió la sesión, de ofrecer “una conversación ligera y abierta entre tres viejos amigos que se conocieron durante los veranos de Sigüenza”.
    Gonzalo definió la novela como una obra histórica cargada de humor, sobre un humanista que se obsesionó con la calidad de su catálogo “en una época en la que el invento de moda, la imprenta, provocaba una fiebre impresora que puso en circulación en Europa entre 10 y 20 millones de ejemplares en apenas 50 años”.
    Azpeitia, subdirector en los 90 de una de las primeras editoriales indies españolas, Lengua de Trapo, confesó que se sintió atraído por la figura de Manuzio porque lo consideraba un pionero de la edición independiente. “Pero no empecé la novela hasta que descubrí que él solo era propietario de un 10% de su imprenta, que obtuvo como dote al casarse con la hija del potentado Andrea Torresani, heredero del primer gran grupo editorial, alemán pero deslocalizado en Venecia: la Grande Compagnia”. Eso le hizo intuir que la carrera del impresor no había sido sencilla.
    Gonzalo y Azpeitia, que han trabajado juntos en distintas editoriales y hoy son profesores del Máster de Edición de la Universidad Autónoma, abordaron la asombrosa relación entre la época convulsa de la novela y la actual. “El temor a la revolución de Internet es heredero del que tenían a la imprenta los monjes amanuenses. Les asustaba que la máquina matara a golpes la relación mágica entre la obra y el lector, que antes debía copiarla para hacerla suya”. Un miedo, señaló el escritor, que tiene su antecedente clásico en el de Sócrates a que sus discípulos escribieran sus enseñanzas, rompiendo la frescura de la comunicación oral.
    Las imprentas se convirtieron así en el antecedente de las empresas capitalistas modernas, y el libro en “el primer objeto de consumo realizado en serie y con producción en cadena”, promocionado con “avisos volantes, los flyers de hoy”, y con las marcas impresoras, verdaderos logos con que los tipógrafos señalaban sus libros. La marca de Manuzio, un emblema con un delfín enrollado a un ancla, es quizá el logo más copiado de la historia. Se trata de un jeroglífico que se resuelve en el lema latino “Festina lente” (‘Apresúrate lentamente’), paradoja sobre la velocidad y el cuidado con que hay que imprimir los libros y con que, según Erasmo de Rotterdam, que trabajó con Manuzio, deberíamos conducirnos en la vida para aprovecharla.
    Pero la obra, señaló Fernández-Galiano, no es un tratado sobre la época, sino una novela divertida “con su intriga y su historia de amor”. “Trata sobre la facilidad con que los intelectuales se olvidan del mundo encerrándose con sus libros”, reconoció Azpeitia, que suele retirarse a la casa seguntina en la que nació su madre para escribir. “Para llegar a realizar su sueño editorial, Manuzio, un profesor cincuentón de gramática, se vio obligado a instalarse en la tumultuosa ciudad de Venecia y a casarse con la hija de Torresani, de apenas veinte años. Entonces descubrió que hay una vida llena de peligros y pasiones de la que hasta el momento solo había sabido por sus lecturas”.
    El público, que, como celebró Gonzalo, abarrotaba la sala pese a “la competencia olímpica del las semifinales de baloncesto entre España y EE UU”, se incorporó a la charla con comentarios sobre la novela. Respondiendo a una pregunta sobre la invención del libro de bolsillo, Azpeitia explicó que en la época los libros literarios se hacían normalmente en tamaño folio: “Mamotretos que se leían sobre una mesa con ayuda de un atril”. El formato en octavo, una cuarta parte del folio, “portátil, manual, de faltriquera o de bolsa”, se reservaba para los misales, que la gente llevaba a mano a la iglesia. “Manuzio comenzó a imprimir así a los clásicos, lo que hizo que salieran de las universidades y los gabinetes de los intelectuales a la calle. Los burgueses se paseaban con ellos en la mano para presumir de letrados”. Las ediciones pasaron entonces de 300 a 3000 ejemplares y la lectura se empezó a convertir en el motor de conocimiento popular del mundo que todavía es hoy.