El juego político
30/04/2014 - 23:00
Decía Montesquieu que el juego nos gusta porque halaga nuestra avaricia, es decir la esperanza de poseer más. Santiago Rusinyol que el juego es altamente moral. Sirve para arruinar a los idiotas y Montaigne que los juegos de los niños no son juegos, sino que hay que juzgarlos por sus acciones más serias. Ciertamente nosotros pensamos que el juego es una cosa seria y propia de niños y de no tan niños. Titulamos el juego político porque pareciera que la Política es un juego aunque nosotros estemos más de acuerdo con Pío Baroja al que en alguna parte nos ha parecido leer que la política es un juego sucio entre compadres. Tremenda definición si es que la dijo porque el noble arte de la Política es algo sin el cual difícil, casi imposible, resultaría la convivencia. Cuando escuchamos a los políticos hablar parece un juego de niños lo que muchas veces dicen, y si bien analizas te das cuenta que realmente parece un juego pero muy serio, porque de su resultado depende el mejor o peor vivir de los ciudadanos.
Es típica la frase un tanto infantil de y tú más cuando uno le dice a otros alguna lindeza, pero es lo que podemos escuchar en el mismísimo Parlamento cuando sus Señorías discuten y de temas que importan y mucho al resto de la ciudadanía. El guión parece y es que seguro que está ya escrito, para que el resultado sea el que buscan ávidamente, tanto unos como los contrarios. Somos demasiado pueriles cuando nos sentamos ante el televisor a ver qué dice esta o aquella señoría como esperando una solución al problema de que se trate
pero resulta que diga lo que diga el resultado está ya previsto y no vamos a estas alturas a pedir peras al olmo. Sin duda esto que parece una broma, pero es algo cierto, no deja de ser una forma más de tomar el pelo sobre todo al que escucha a una señoría con la esperanza de que diga algo que sirva para mejorar la situación de que se trate. Los votos están más que recontados y muy raro sería una sorpresa. No cabe duda que esto parece algo irremediable y que las cosas son como son y que tal vez de otra forma seríamos ingobernables, pero causa un más que cierto pesimismo y sólo una esperanza muy lejana queda al ciudadano de a pie de que las cosas vayan a mejor, si están mal.