El juego político continúa
Decía Montesquieu que el juego nos gusta porque halaga nuestra avaricia, es decir, la esperanza de poseer más. Santiago Rusinyol que el juego es altamente moral. Sirve para arruinar a los idiotas, y Montaigne que los juegos de los niños no son juegos, sino que hay que juzgarlos por sus acciones más serias. Ciertamente nosotros pensamos que el juego es una cosa seria y propia de niños y de no tan niños. Titulamos el juego político porque pareciera que la Política es un juego aunque nosotros estemos más de acuerdo con Pío Baroja al que en alguna parte nos ha parecido leer que la política es un juego sucio entre compadres. Tremenda definición si es que la dijo porque el noble arte de la Política es algo sin el cual difícil, casi imposible, resultaría la convivencia. Cuando escuchamos a los políticos hablar por televisión casi es asco o rabia lo que a veces pueden causar. Parece un juego de niños lo que muchas veces dicen, y si bien analizas te das cuenta que realmente parece un juego pero muy serio, porque de su resultado depende el mejor o peor vivir de los ciudadanos. Es típica la frase un tanto infantil de y tú más cuando uno le dice a otros alguna lindeza, pero si bien recapacitamos nos daremos cuenta que eso, aunque de otro modo más sofisticado, es lo que podemos escuchar en el mismísimo Parlamento cuando sus Señorías discuten y de temas que importan y mucho al resto de la ciudadanía. Somos demasiado pueriles cuando nos sentamos ante el televisor a ver qué dicen esperando una solución al problema de que se trate pero resulta que diga lo que diga el resultado está ya previsto. Sin duda esto no deja de ser una forma más de tomar el pelo sobre todo al que con esperanza escucha a cualquier señoría a ver si dice algo que sirva para mejorar la situación de que se trate. No cabe duda que esto parece algo irremediable y que las cosas son como son y de otra forma seríamos ingobernables, pero causa cierto pesimismo y sólo una esperanza muy lejana queda al ciudadano de que las cosas vayan a mejor. Tal vez las cosas mejoren, pero el que manda quiere seguir mandando y las alianzas pueden llegar a ser muy raras con tal de no dejar que ese poder pase a otros. Menos mal que los ciudadanos no somos tontos