El obispo, ministro de Cristo en la Iglesia

20/02/2011 - 00:00 José Sánchez González

A medida que se acerca el día del comienzo del ministerio episcopal de nuestro nuevo Obispo, D. Atilano, el próximo 2 de abril, os invito a conocer cada vez mejor su ministerio, su misión y su persona, para valorar el don de Dios, acogerlo con gratitud, orar por el nuevo padre y pastor y disponernos a colaborar generosamente con él en su misión y servicio. Antes y por encima de toda valoración del obispo, está la consideración del mismo como ministro de Jesucristo en su Iglesia. No se trata de un personaje de la sociedad, que accede a un cargo mediante un concurso, o por designación de la autoridad civil, o por elección popular o de grupo, o por herencia. El obispo, es ante todo y sobre todo, ministro de Jesucristo en su Iglesia.
   Quiere esto decir que el ministerio del obispo tiene una relación directa con el misterio de Dios. Efectivamente, si tenemos en cuenta que Jesús, escogió libremente a los Doce, de los que los obispos somos sucesores, para que estuvieran con Él y para enviarlos con la misma misión que Él había recibido del Padre; si, además, sabemos que el ser obispo se recibe por un sacramento el del Orden Episcopal, que es una acción del mismo Cristo, por la imposición de manos de otro u otros obispos y la efusión del Espíritu sobre el que es ordenado, el obispo entra en una relación esencial con Jesucristo y, por lo mismo, con el misterio de la Trinidad.
    Como consecuencia, el obispo es considerado como padre, pues representa a Dios Padre, y como tal debe actuar con todas las personas que le son encomendadas y ser recibido por ellas. Actúa en representación y en la persona de Cristo, por lo que es Cabeza visible de su comunidad o pueblo. Como el Espíritu Santo y a sus impulsos, es factor vivificador del Cuerpo de Cristo, su Iglesia, por medio de los Sacramentos y demás acciones sagradas. Por otra parte, al mismo tiempo que el obispo entra en relación esencial con Jesucristo y con Dios Uno y Trino, adquiere también una relación especial y esencial con la Iglesia. Entra a formar parte de denominado “Colegio de los Obispos”, con el Papa como Cabeza visible, en continuidad con el “Grupo de los Doce”, con Pedro como Cabeza visible, tal como los instituyó el mismo Señor.
    El obispo está vinculado al Colegio Episcopal en unidad, comunión y amor, “con Pedro y bajo la autoridad de Pedro”, sin que ello menoscabe su responsabilidad y su ministerio, sino que los refuerza y les da plenitud. Este lugar del obispo en la Iglesia tiene como consecuencia que todo su ministerio en la diócesis lo es también para toda la Iglesia y que ha de vivir siempre la preocupación por toda la Iglesia, abierto a la colaboración con el Papa y con los demás obispos en las grandes causas de la Iglesia en el mundo, como son la evangelización, las misiones, la unidad, la justicia, la paz… Conscientes de la naturaleza del ministerio del Obispo como ministro de Jesucristo en su Iglesia, nos corresponde acogerlo, ante todo, como al que viene a nosotros en nombre del Señor: Como padre, que hace presente la paternidad de Dios, como representante de Cristo, Cabeza visible del Cuerpo del que todos somos miembros, como animador de la vida en el Espíritu, como sacerdote, maestro y pastor, que representa a Cristo Sumo Sacerdote, Maestro y Pastor. ocesos negociadores. También en este terreno estamos obligados a entrar ya en el siglo XXI.