El réquiem de Mozart
03/12/2012 - 00:00
Ante la cada vez más evidente falta de crítica en el arte (y no digamos ya si tocamos el mundo musical) por parte de los medios de comunicación, y sobre todo en la prensa escrita, he decidido realizar un breve análisis de lo que ocurrió el sábado, 24 de noviembre en la iglesia del Carmen. Me refiero, por supuesto, al concierto que ofreció la joven agrupación musical Joaquín Turina para la celebración del día de Santa Cecilia y que consistió en la compleja interpretación de la Misa de Réquiem K. 626 que W. A Mozart dejó incompleta y que terminó su discípulo F. Xaver Süssmayr. Pese a que me sorprendió gratamente y fue muy meritoria la interpretación que hicieron de esta Misa, he de señalar que aún me sorprendió más la gran afluencia de público que abarrotó la iglesia. A las siete, hora de la misa, los bancos ya estaban ocupados, lo que para el párroco fue toda una novedad ¡La cantidad de público que se ha perdido desde que la música en los actos litúrgicos prácticamente pasó a la historia! La gente siguió entrando prácticamente hasta las ocho, hora en que empezó el concierto. En la iglesia no cabía nadie y el público se agolpaba en las verjas del atrio.
Mi sorpresa era enorme ¿Cómo podía ser? ¿Un sábado por la tarde? ¿En Guadalajara? Posteriormente, comentando mi asombro ante los amigos, la respuesta que más escuche fue que el llenazo se podía deber a que el concierto era gratuito. Sí, es posible, sin duda eso tuvo mucho que ver, sin embargo, he estado en otros muchos conciertos gratuitos, y en fin de semana, y en ellos, desde luego, no había tanto público. ¿Entonces era porque se iba a interpretar el Requiem de Mozart? Naturalmente es una de las obras más conocidas de la música clásica, y más desde que se hiciese la película Amadeus.
Pero la pregunta seguía siendo la misma ¿Sólo por eso se consigue abarrotar una iglesia entera en Guadalajara un sábado por la tarde? ¿Nuestra población se había convertido por fin en ferviente admiradora de este gran compositor? Tenía que ser algo más. La última posibilidad que barajé fue el poder de convocatoria de los componentes de la orquesta y coro y de los medios de comunicación en los que fue anunciado el concierto. Aún así, eso no explicaba cómo pudo aguantar la mayor parte del público de pie y con escasos centímetros de espacio vital (Si no sonaron todos los aplausos que debían es porque realmente era imposible para una gran parte del público aplaudir) los cincuenta y cinco minutos que dura la misa sumado a lo que la mayoría llevábamos esperando. Sea por lo que fuere, el arte sólo vive si hay comunicación.
En este caso la máxima se cumplió con creces. Ojalá las condiciones que se dieron el sábado no sean anecdóticas y los conciertos que se ofrezcan en la capital atraigan a un número parecido de público. Aunque sufrí un poco a la hora de oír el concierto (con seis filas de personas delante apenas logré vislumbrar a los músicos un par de veces) es una gran alegría la que se siente cuando se ve esa afición a la música.