El riesgo moral

02/08/2015 - 23:00 Jesús Fernández

En una sociedad democrática, en una convivencia justa y lineal, en una vida en común, la austeridad de los ciudadanos forma parte de la solidaridad. Más aún, el nuevo nombre de la solidaridad es la austeridad. No existe una sin la otra. Tanto la democracia como la austeridad son un riesgo moral que hay que asumir por los demás. Muchos identifican la democracia con el bienestar y la prosperidad de tal manera que si aquella no conduce a ésta, ya no interesa. Sin embargo, la austeridad pertenece al conjunto de valores democráticos a desarrollar y transmitir en una sociedad concreta. En el sistema capitalista actual no existen más que dos alternativas, o se vive a costa de los demás o los demás viven a costa mía. Este es el gran riesgo moral de la democracia. El punto fuerte de toda democracia es el compromiso. Los partidos tienen ideología y economía pero también tienen que tener valores. Una democracia sin valores es algo formal y vacío. Unos valores sin democracia, sin participación o solidaridad no tienen sentido. Es en el terreno económico donde mejor se percibe la totalidad del fenómeno. O cumplen todos (Estados y ciudadanos) con los compromisos democráticamente adquiridos en esta materia o se asume el riesgo, por parte de la comunidad política, de no respetar las reglas del juego y cargar unos con los excesos de los otros. Para muchos, el peligro de la democracia va unido al hecho de la desestabilización, de la desigualdad, de la conciencia asimétrica. Riesgo y oportunidad. Los populismos cultivan más la oportunidad democrática mientras que los partidos moderados advierten sobre el peligro del ensayo social de acierto y error. ¿Dónde queda el pueblo en este proceso de sufrir el riesgo moral en democracia? Unos partidos le colocan al principio de las decisiones y trasladan a él todo el peligro, conscientes de que el pueblo también se equivoca. Otros lo sitúan al final asumiendo ellos la responsabilidad delegada, parlamentaria. Colocando al pueblo como último recurso Pero lo que siempre trasladan los políticos al pueblo es la austeridad que ellos no tienen ni practican. Al ciudadano o al elector de hoy le resulta muy difícil identificarse con algunas opciones o partidos políticos o sindicales. La movilización es cada día más difícil a lo que se añade una crisis o “déficit” de militancia. Por ello existe una presión o populismo que nos lleva a pensar en una democracia inducida, dirigida, controlada. Otros sustituyen la convicción por la agitación, por una provocación o política más agresiva. Así no hay riesgos pues no hay oportunidades. Pero también los controles entrañan riesgos no físicos sino morales. Al pueblo se acude, demasiadas veces, para legitimar intereses partidistas o blanquear objetivos no declarados o inace ptables. Al final ¿quién asume el riesgo moral de la democracia?