El secuestro del duque del Infantado
Conocemos de sus padecimientos por el diario que logró escribir a escondidas.
El 20 de noviembre de 1839, Pedro de Alcántara Álvarez de Toledo y Salm-Salm, XIII duque del Infantado, escribía estas palabras: “He querido escribir diariamente una relación de mis sufrimientos en los cortos momentos en que me veo libre de la presencia de mis opresores, único consuelo que tengo en mi desgracia.” Tenía el duque 71 años, y redactaba este diario en medio de su secuestro.
Pedro de Alcántara era un duque cosmopolita. Había sido educado en París desde su infancia, ya que allí se había trasladado la familia en 1777, rompiendo con la tradición de residir en la corte madrileña. En la capital francesa adquirieron un magnífico palacio neoclásico, el hotel Fitz-James, en la Plaza de la Concordia.
La vida del joven Pedro de Alcántara discurrió entre salones parisinos, rodeado de ilustrados, intelectuales y artistas. La familia realizó viajes por Francia y Bélgica, empapándose de todas las corrientes artísticas, científicas y culturales del momento. Todo iba bien, hasta que el estallido de la Revolución Francesa hizo que varios nobles, entre ellos los duques del Infantado, huyeran del país por lo que pudiera pasar.
Cuando la familia se dirigía a Alemania, el XII duque cayó enfermo y falleció poco antes de poder llegar a Frankfurt. Así, en 1790, Pedro de Alcántara Álvarez de Toledo y Salm-Salm se convertía en el XIII duque del Infantado. Tenía 23 años, y decidió volver a España para ponerse al día y gestionar todo el patrimonio que había heredado.
La Plaza de la Concordia en el siglo XIX. Pintura de Victor Brugairolles.
Sabemos, gracias a los escritos de Lady Holland –una de las primeras mujeres viajeras que visitaron nuestro país en el siglo XIX-, que era “aficionado a la mecánica, la química y la agricultura”, que había “tratado de introducir industrias en sus señoríos”, y que se “ocupa en impulsarlas mediante la construcción de instalaciones”. También que poseía “una muy agradable conversación y las maneras de un hombre de mundo”. Y es que era un noble interesado en la renovación técnica y cultural del país.
Parecía que lo tenía todo. Pero su salud mental empezó a debilitarse. Aunque no quiso contraer matrimonio, mantuvo una larga relación con Manuela Lesparre, fruto de la cual nacieron dos hijos-Manuel y Sofía- a los que legitimó con el tiempo. Esa decisión de no casarse hizo que dos personas de su confianza-su médico José Vieta y su por aquel entonces amante Josefa Montenegro- ansiaran sus riquezas. Aprovechando los episodios de depresión a los que se veía avocado el duque, y la aparente pérdida de memoria y confusión mental que padecía, sumado al deterioro físico, estos personajes lo fueron aislaron cada vez más, hasta anular por completo su voluntad y hacer que Pedro de Alcántara dependiera de ellos para todo.
Entre ambos urdieron un plan: engañando al duque diciéndole que iban a salir a cazar, un día de 1839 lo sacaron de su palacio de las Vistillas y lo metieron en un carruaje rumbo a París. Una vez allí, lo encerraron en el palacio familiar, no permitiéndole contacto alguno con el exterior. Conocemos los padecimientos que sufrió el duque durante su encierro gracias al diario que logró escribir a escondidas y a las narraciones de varios testigos, documentos que, conservados en el Archivo de la Villa de Madrid, han sido estudiados por Adolfo Carrasco Martínez.
Pedro de Alcántara Álvarez de Toledo y Salm-Salm, XIII duque del Infantado.
Los familiares, principalmente su hijo Manuel Toledo y su sobrino Pedro de Alcántara Téllez-Girón, el XI duque de Osuna, alertados por la “desaparición” del duque, iniciaron una investigación. Tras varios meses de averiguaciones, se demostró que los secuestradores pretendían convertirse en los herederos de una de las mayores fortunas de España. A finales de 1840 se produjo la liberación del duque del Infantado, aunque para aquel entonces él ya estaba muy débil y enfermo.
Tras regresar a su residencia madrileña, falleció el 27 de noviembre de 1841. Recordemos que el duque había legitimado a su hijo Manuel años atrás; sin embargo, no lo había nombrado heredero. El título del ducado del Infantado pasó a su sobrino, el duque de Osuna antes mencionado, iniciándose con ello una nueva etapa en el linaje que cambiaría el rumbo de la historia de la familia, del ducado, y hasta de España. Pero esa es otra historia que merece ser contada en otra ocasión.