El sentido de fiestas como Santa Águeda
04/02/2013 - 00:00
Que la mujer es igual al hombre en capacidad para desempeñar cualquier responsabilidad en el mundo laboral o en la sociedad es algo ya superado y sabido por todos. Que la igualdad está reconocida en los textos legales y en la convicción de la inmensa mayoría de las personas es evidente, pero que no es efectiva en la medida que lo debiera también. Y ahí está el sentido de la continuidad en el tiempo de la celebración de fiestas como la de Santa Águeda o el 8 de marzo.
Es necesario conmemorar y alegrarse del avance de las mujeres en sus derechos y aspiración a conseguir la igualdad real con el hombre, al tiempo que seguir derribando barreras para hacerla más real. Alarma conocer que en algunos trabajos los sueldos de la mujer que hace el mismo trabajo que el hombre sea inferior sin motivo alguno, que pueda existir discriminación a la hora de la contratación por el hecho natural de un posible embarazo, que esté mal vista su presencia en algunos sectores o la escasa presencia femenina en los consejos de administración de las grandes empresas. Las mujeres solo piden llegar al mismo escalón que están los hombres por el simple hecho de que saben hacer las cosas igual de bien, ni mejor ni peor. Hay que erradicar los machismos y los feminismos trasnochados.
En su contra están siglos de otra cultura y la dificultad de invertir la inercia. La educación en la igualdad de las nuevas generaciones es la mejor de las garantías de que la efectiva igualdad será realidad en la sociedad de no dentro de tantos años. En estos días mujeres que han conseguido ocupar puestos de relevancia son distinguidas con el honor de ser alcaldesas honorarias en estas populares fiestas que forman parte de la cultura tradicional. La fiesta, la concordia, el buen ambiente y el humor priman sobre el poso de la reivindicación . Tal vez sea, además, en el ámbito político donde más se haya conseguido esa igualdad. Ejemplos en la región, la provincia y en toda España los hay en abundancia. Los resultados, por desgracia, son igual de malos cuando mandan unos u otras. Somos iguales.