El triunfador de Luzaga

17/04/2015 - 23:00 Luis Monje Ciruelo

Aunque con retraso, no quiero dejar de dedicar mi columna a Gerardo Oter, el niño de Luzaga que emigró a Madrid a los 15 años, unos veinte antes de la emigración que dejó semivacía la provincia en los años sesenta. Empezó a trabajar de chico de los recados en un restaurante y años después ya era propietario de veintiocho de estos establecimientos. Porque es un triunfador, me parece que su vida merece ser destacada, ahora que hay tanto abandono escolar y abundan los “ni-ni” entre nuestros jóvenes, que son caminos a ninguna parte tal vez porque los planes de estudio no orientan hacia el valor del esfuerzo y la sociedad en que se desenvuelven tampoco les ayuda demasiado. Pensando en ellos conviene resaltar este ejemplo de voluntad, honradez e inteligencia, cualidades necesarias para abrirse camino en un Madrid galdosiano que, sobre todo en aquellos años, no ofrecería demasiadas oportunidades de trabajo. En la entrevista que le hizo el mes pasado nuestro periódico, se mostró sencillo y discreto respecto a los sacrificios y penalidades que habrá tenido que sufrir para llegar a triunfar. No tantos, supongo, como el Oliver Twist de Carlos Dickens, porque los tiempos son distintos y el ambiente en que se desenvolvió Gerardo Oter ha sido también diferente. Él no alardea de ello, y, modestamente atribuye su éxito a la buena administración, como si esa virtud estuviera al alcance de todos sin preparación profesional, y sólo con estudios primarios. Gerardo Oter, nacido y criado en un medio auténticamente rural, habrá tenido que hacer un gran esfuerzo para adaptarse al ambiente de una gran ciudad. El niño de Luzaga, que eludió su destino rural, hoy es un gran empresario en Madrid, “un selft-made-man” que dirían los ingleses, un hombre que se ha hecho a sí mismo, En una gran ciudad hay mil oportunidades, pero sólo para quien las trabaja y las merece. Bien puede sentirse orgulloso de su éxito, que no es fruto de la suerte ni de la casualidad, sino de su capacidad personal. Cuando Gerardo Oter vuelva la mirada a su niñez le costará trabajo ver en el triunfador de hoy a aquel niño de ayer que llegó tímidamente a Madrid desde su Luzaga familiar donde vivía a gusto rodeado de amigos y donde a sus quince años todavía no se habría parado a pensar en su futuro ni en las ventajas e inconvenientes de vivir en una ciudad que entonces sufría con mayor intensidad que Luzaga las carencias de la postguerra.