El uso y abuso de la electrónica

27/12/2013 - 23:00 José Serrano Belinchón

De los muchos regalos posibles dentro de la familia y de la más cercana amistad, ocupa uno de los primeros puestos por estas fechas la variedad de aparatos, cada vez más sofisticados y costosos, que se van introduciendo en nuestro vivir a título de necesidad ineludible, de la que resulta imposible prescindir pese al posible trastorno que en algún determinado momento pudiera ocasionar a cualquier economía, no sólo por su coste inicial, sino también por su mantenimiento. El envío de mensajes por sí mismo, innecesarios en una buena parte de los casos entre personas que ni siquiera se conocen, está a la orden del día, hasta el punto de haberse convertido en algo tan necesario como el vestir o como el comer, sin el cual la vida resulta física y materialmente insostenible.
Horas y horas de uso diario para un cierto sector de la sociedad -la adolescencia principalmente- sin considerar que los excesos siempre conllevan una buena dosis riesgo, y el empleo abusivo de la Electrónica de manera especial. Digo esto porque hace sólo unos días leí cómo unos sociólogos eminentes, Clifford Nass y Daniel Goleman, nos ponían en alerta acerca de esta irregularidad después de haber analizado las consecuencias que el empleo sin control de esos medios: e-mails, twitts, watsapps, etc., pueden tener en el trabajo, en las relaciones humanas y en el cerebro de las personas.
Nass, profesor de la Universidad de Stanford, sostiene que la multitarea, propia de la era digital, nos convierte en menos sociables, menos eficientes y menos inteligentes; entendiéndose por multitarea la situación de una persona que “mientras escribe un e-mail tiene 5 pestañas abiertas en el ordenador, habla por teléfono y twittea a al vez”, con lo que el referido investigador intenta demostrar que el cerebro humano no está capacitado para hacer varias cosas que requieran atención, al mismo tiempo. Apunta que muchos los jóvenes de la “era twitter” sufren una “atrofia emocional”, y que la solución no está tanto en consumir menos tecnología como en recurrir más a las relaciones cara a cara, es decir, al clásico “mírame cuando me hablas”, que estamos aprendiendo a perder.