En recuerdo al escritor Felipe María Olivier-Merlo

01/10/2010 - 09:45 Hemeroteca

Han pasado más de veinte años desde que una calurosa tarde del mes de junio, caminando por la Feria del Libro de Madrid, alguien me llamó la atención con una indirecta “muy directa”: “Tú tienes pinta de ser de Guadalajara”.
Quien me la lanzó era un señor, muy parlanchín, que dedicaba libros; me llevé los dos que en ese momento tenía sobre el mostrador, “Historias de Atanzón” y “Viajes y andanzas de un alcarreño”, el autor era Felipe María Olivier López-Merlo.
Desde entonces la casualidad literaria nos llevó a encontrarnos unas cuantas veces; la pertenencia de ambos a la Casa de Guadalajara en Madrid muchas más, y esa amistad que surgió aquella tarde de junio en la Feria del Libro de Madrid, se ha mantenido hasta que Felipe ha marchado a convencer, por otros mundos, tal vez a otras gentes, de las enormes bellezas desconocidas de Guadalajara. Hoy, comienzos de septiembre, al enterarme de la noticia de su fallecimiento, lo imagino, como en unas cuantas ocasiones, hablando sin parar de su Alcarria ante un público que lo escuchará complacido, como yo lo tenía que escuchar cuando íbamos a Guadalajara, a la procesión de la Patrona. Felipe María Olivier era uno de esos escritores apasionados que, una vez comenzada la charla, no había modo de detenerla. El próximo martes las calles de Guadalajara lo echarán de menos, lo mismo que la Antigua, acostumbrada ya a su presencia delante del trono de la imagen. Seguro que desde lo alto se asoma para contemplar la procesión. No me cabe la menor duda.
Desde que vio la luz en Guadalajara, en 1924, Guadalajara estaba presente en su mirada. Son ya clásicas algunas de sus obras: “Guadalajara, crónicas de infancia”, “Por el camino de Santiago a la Guadalajara del Futuro”, o “Historias y leyendas de Guadalajara”; no menos clásicos sus libros de viaje, que gustaba comparar con los de Cela; ese “Viajes y andanzas de un alcarreño” o “La Roma desconocida”. Escribió otros, tal vez más sesudos, “Rollos y picotas de Guadalajara” o “Cuentos de antaño, mieles de hogaño”, y ante todo, muchos artículos de prensa que vieron la luz en el diario Nueva Alcarria, o en el Boletín Arriaca de la Casa de Guadalajara; aparte de sus colaboraciones en importantes revistas etnográficas.
Hoy, al conocer la noticia de su fallecimiento, recordaba con su viuda el cariño que sentía hacía Guadalajara, Atanzón, Hiendelaencina, Atienza y muchos otros lugares, la provincia entera. Recordaba las múltiples historias en torno a los molinos de Zarzuela, sus legendarias andanzas por las tierras de Atanzón cuando era apenas un chiquillo y, muchas cosas más.
Recordábamos también que se llevó el reconocimiento de sus gentes de Guadalajara, y de Atanzón, que recientemente le premiaron con el premio “Trigo y Miel”, y de la Casa de Guadalajara, que le entregó el Melero de Plata.
Son muchas, tal vez demasiadas, las anécdotas que sobre Felipe podría, o podríamos contar pero él, aunque le gustaba escuchar, seguramente nos interrumpiría en un momento para contar su propia historia. Está en sus libros.
Hasta siempre, Felipe, tus libros y tus historias seguirán manteniendo entre nosotros tu presencia.