En un lugar de Guadalajara

13/03/2016 - 23:00 Pedro L. Toledo

En un lugar de Guadalajara, de cuyo no nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo, que vivía un ciudadano de los de recoger el fruto con el sudor de su frente. O lo que es lo mismo, pese a que trabajan él y su mujer, llegaba con suma dificultad a fin de mes, pero llegar llegar, llegaban.
Tenían una pequeña hipoteca por su piso de protección oficial. Pero también tenían dos hijos, a los que llevaban a un colegio público sin más actividad extraescolar que los partidos del “jurgol” de los sábados. Nunca usaban tarjetas de crédito y pagaban todo lo que compraban (todo, todo, sin deber nada a nadie) con pesetas constantes y sonantes.
Entre los pocos lujos que se podían permitir, destacaban tres, uno era anual y dos semanales. El anual, tenía lugar cada 4 de septiembre, habían terminado las fiestas de Sacedón, con lo que cargaban hasta las trancas su Seat 131 Supermirafiori Ranchera y se metían cinco horas hasta Gandía, por lo que luego se conocería como la ruta del bacalao.
Con respecto a los semanales (me refiero a los lujos, de lo otro también había al menos un par de ellos, con algún triple esporádico) el primero consistía en acudir a su pueblo a disfrutar de Entrepeñas, cada fin de semana. Estando allí, acudía a casa del Julián el Barbero, a comprar su Nueva Alcarria del viernes y el País Semanal con su suplemento dominical, que una vez traía una gorreja, otra vez un mechero (de los del tabaco) y en otras ocasiones una manta pinguera.
Desde allí a la Pastelería Tomico, a coger un par de suizos que tomaría por la tarde, acompañados de un orujito y de su suegro, escuchando en la radio a Héctor del Mar, cantando los goles del Real Madrid.
Han pasado ya más de 30 años de aquello y hoy Juan Alcarreño está mucho mejor que entonces, dónde va a parar.
Vive en una casa más grande, de la que tiene una gran hipoteca, pues todo es proporcional. Su vivienda es un adosado que compró, después de vender su piso ganándole no sé cuántos miles de euros.
Sus hijos siguen viviendo en casa, por hacerle compañía y porque tienen un par de carreras, tres idiomas, seis meses de paro y ningún trabajo.
Con respecto a los lujos, realmente tienen de todo: Dos coches, ADSL en casa, móvil con datos para los cuatro, todos los partidos por la tele.
No obstante, aunque ahora la playa está a tres horas, llevan tres años sin poder ir. Entrepeñas ya no es un embalse, sino un desierto. Por su parte, el otro lujo que además de sexua, era semanal, se ha convertido en anual, llevando camino de ser Olímpico, puesto que cada vez le cuesta más rematar la faena.
Sigue comprando el Nueva Alcarria cada viernes, pero el resto de noticias las lee en internet y desde que falleció su suegro, no ha vuelto a probar los suizos y el orujo. No por tomárselos solo, no; sino porque además de hipertensión y colesterol, tiene un azúcar y no puede probar el alcohol.
Hoy es domingo y Juan Alcarreño está contento, anoche por fin tocó y cumplió como un campeón. Con una amplia sonrisa, se acerca a la Churrería Anguí a tomarse un chocolatito con churros con su amigo Ángel. Desde allí a comprar el pan y a dar un paseo por el pueblo a ver si encuentra a alguien con quien hablar y que no esté pegado al móvil, mirando el WhatsApp. Y es que los tiempos avanzan (para bien) que es una barbaridad.
Que la fuerza os acompañe.