Encuestas

08/11/2014 - 23:00 Pedro Villaverde Embid

Con la entrada del otoño y por fin del frío que aunque no nos agrade hemos de entender como más propio y conveniente, lo que se va calentando, es el ambiente preelectoral. Las redes sociales echan humo, hábilmente utilizadas por algunos y los encendidos debates se suceden en las televisiones. Hay tantas encuestas como níscalos, para casi todos los gustos. Algunas poco o nada creíbles, otras más aproximadas de lo que puede ser la foto de la situación actual. Nos creemos, sin olvidar que responde a un momento puntual que seguramente difiera en bastante de lo que se piense dentro de doce o catorce meses cuando se celebren las generales, la conocida esta semana del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), poco sospechoso de manipulaciones o tergiversaciones. Marca tendencias. Evidencia que hay un gran rechazo frente a una forma de hacer política extendida en el tiempo que no soluciona bien los problemas cotidianos y que se ha agravado por una intolerable y extendida corrupción. Esta protesta se canaliza a través de una formación política nueva sin pasado ni equivocaciones que dice lo que el ciudadano piensa y quiere oír y propone un cambio radical y total. Frente a su crecimiento, el desgaste del bipartidismo que se ha sucedido en el poder durante más de treinta años y cuyos aciertos- han creado el bienestar y el modelo de sociedad que hoy disfrutamos- están oscurecidos principalmente por el ‘ladronicio’ de algunos de sus representantes. El futuro parlamento parece así que puede quedar fraccionado sin una mayoría clara y las posibles coaliciones decidir gobiernos. Lo triste es que el desesperado ciudadano está cayendo en cantos de sirena, en frases huecas tras las que se esconde la indefinición, la falta de un proyecto realizable que no deja de ser el de las más viejas y fracasadas recetas adornado y presentado como nuevo. El remedio sería peor que la enfermedad y nos llevaría a la misma muerte hasta de la propia democracia. Confiemos en que todo esto sirva para regenerar la vida pública, acabar con la corrupción, modernizar la estructura del Estado y construir una sociedad más justa y próspera. Es decir para empezar un nuevo tiempo en el que se aprenda de los errores que nos han llevado hasta esta separación entre el pueblo y sus políticos. Decía don Atilano, el obispo, que solo nos quedamos con lo malo y hay muchas cosas buenas. Y es muy cierto. Centrémonos en ellas, potenciémoslas y llevemos cuidado con esos caramelos envenenados.