Ensoñaciones
A veces estamos en ese duermevela, que no sabemos si estamos dormidos o despiertos, pero estamos tan a gustito y no queremos cambiar de estado, un estado de bienestar, alejados de la arisca realidad, como flotando en una nube, como imaginando un no se sabe qué pero agradable. Es un estado de bien-estar. También lo es esa escucha calma de una agradable música, que te lleva, que te transporta, que te hace sentir. O esa lectura que te envuelve, que te hace partícipe, que te enajena de lo que te rodea. También a esto llamamos bien-estar. Y cuando hacemos deporte y nos sentimos bien con nosotros mismos, o nos embebemos en un trabajo, al que le ponemos pasión y que concluimos bien hecho. Son muchos y distintos los momentos, los estados, de bienestar, pasivos o activos. A veces dejando transcurrir el tiempo viendo el repicar de las gotas de agua en la ventana o hipnotizados ante el crepitar de la leña en el fuego. Pero también en momentos de gran actividad como cuando participamos elaborando una comida colectiva y nos sentimos solidarios de esa labor grupal. Bien-estar que puede compaginarse hasta con el dolor y el sufrimiento cuando el mismo tiene un motivo, una razón, una generosidad por ayudar a alguien. Uno se siente bien cuando dona la sangre y a usted, lector se le ocurren múltiples momentos de bienestar, no todos coincidentes con los duermevelas o la ensoñación. Bien-estar es mirar embobado a un bebé, o charlar distendidamente, sin tiempo, con un anciano.
Recordemos aquel examen que creímos suspender y que sorpresivamente aprobamos ¡qué bien estas! Podremos debatir la terminología, la interpretación, de lo que es la armonía, el equilibrio, la felicidad, pero sabemos vivirla. Por ejemplo, la reconciliación con la pareja, con los hijos, con los seres queridos, nos proporciona bien-estar. Este es un tema quizás inabarcable que nos traslada también como observadores de una obra de teatro, de una película de cine, donde son otros los personajes que nos emiten, que nos hacen sentir, reír, llorar, aplaudir. Hay personas que manifiestan en su rostro un genérico acompañamiento de bien-estar, que trasladan siempre lo positivo, lo agradable. Son personas dignas de reconocimiento, facilitadoras de convivencia. Son personas necesarias. Son aquellos que gustan del tú, del nosotros. Son sin duda personas agradecidas. El bien-estar puede encontrarse caminando, o en la quietud de un monasterio, o en la vorágine de un transporte público, o nadando, porque nace primordialmente del interior, de la actitud, de la capacidad para dar sentido a una vida, para ilusionarse, para marcarse retos, para sonreír ante los tropiezos. Hay quien vive soñando y hay quien sueña que vive, lo ideal, compaginar lo que es, con lo que deseamos que sea, con lo que hacemos para mejorarlo. Bien-estar, mucho más que estar bien. Sentirse acogido, reconocido, apreciado, y es que como siempre los otros nos resultan esenciales. Bien-estar estando solos, pero sabedor de que no somos solos. Resulta enternecedor ver como todo un grupo de turistas, se adaptan unos a otros, consensuan para visitar ciudades y eso supone ir mucho más allá de los derechos, significa gustar de agradar, de ver al otro que está bien. Iniciábamos este artículo entre los algodones de la ensoñación, y podríamos continuar con ese momento de quietud en que los rayos del sol te acarician el rostro. Sinceramente hay muchas ocasiones para ser conscientes de nuestro bien-estar, y aun más para propiciarlo.