Esas no volverán

06/09/2015 - 23:00 Antonio Yagüe

Sólo hay que mirar al cielo para percibir el problema. Por culpa de los pesticidas y otros productos químicos contra insectos, la caza rastrera, el despoblamiento rural y nuevos modos arquitectónicos, este ave migratoria, símbolo de nuestros campos, en verano, está en amenaza seria. Bien podemos evocar estos versos de Bécquer—en su poema “Las oscuras golondrinas”--, darles una vuelta y aplicárselos a estas avecillas: “pero aquéllas, cuajadas de rocío, cuyas gotas mirábamos temblar y caer, como lágrimas del día... ésas... ¡no volverán!” Según la organización SEO/ BirdLife, que declaró 2014 Año de la Golondrina, para llamar la atención sobre su situación, desde 1998 su población ha descendido un 30%. En 2004 se calculó que había cerca de 30 millones de golondrinas en España. Los técnicos han estimado que, desde entonces, se han perdido 10 millones de ejemplares, un millón por año. En este deterioro, además del uso masivo de insecticidas, que eliminan su principal fuente de alimentación, los insectos, también influyen las nuevas formas arquitectónicas, que impiden que puedan construir sus nidos, así como la persecución directa de cazadores estúpidos. Lejos están aquellos tiempos que recuerdo, en mi pueblo, cómo se les guardaba el nido, que construían, con barro, en los techos de las cámaras (trasteros superiores), y como al atisbar su llegada-- precursoras de la primavera--, nunca se cerraban las ventanas de acceso. Así, año tras año, volvían siempre, al menos a casa de mi tía Isabel de Hinojosa. Recuerdo que no sólo se respetaban sus nidos, sino que no se podían matar. Todas tienen unas plumillas rojas debajo del pico. La leyenda popular decía que un bando de golondrinas aliviaron el sufrimiento de Cristo durante su martirio en el Monte Calvario, arrancando con sus picos las espinas de la corona que perforaban y herían su frente. Se decía que fueron bendecidas por el Señor, que hizo que su carne fuese amarga y al no ser comestible, no las cazaban ni los ateos burracos. Muchos no se dan cuenta de que lo que ocurre a estos alegres pajarillos—igual que a las abejas, que están desapareciendo alarmantemente-- también nos afecta a nosotros, porque un campo sin golondrinas es un lugar menos sano para las personas. Peligra la diversidad y la vida.