Fastuosidad y culpabilidad

17/09/2015 - 23:00 Jesús Fernández

Una ola de estremecimiento recorre el corazón de la vieja Europa ante el fenómeno emigratorio de masas huyendo de los países en guerra. Y nos volcamos en análisis, en lamentaciones, en consideraciones humanitarias, en ofrecimientos de ayuda, en llamamientos a la acogida. Pero ni un ápice de culpabilidad. Occidente tiene que estar abochornado ante tanta fastuosidad y despilfarro en que transcurre nuestra democracia. Gastos y más gastos en mantener el nivel de vida, de lujo, de consumo, de hastío en las personas particulares y en las administraciones públicas. Mucho rasgarse las vestiduras pero nada de golpes de pecho. Mucha demagogia pero poco sentimiento y renuncia a la comodidad. Imágenes que tocan nuestro corazón y mueven las lágrimas pero no lloramos de verdad. Se vive muy bien en Europa, en el capitalismo sistemático y en la globalización. Que nadie venga a enturbiar el desarrollo y el bienestar común conseguido también a base de renuncias y sacrificios. Estamos en el modelo económico de productividad, de alianza entre trabajo y capital, de estímulo a la propiedad privada. Políticamente esto se corresponde con un régimen de libertades, derechos y pluralismo social. El tema de los refugiados que llegan se va centrando cada vez más. La multitud de seres humanos que vemos no sólo huyen de su país en guerra sino que lo han dejado y perdido todo y tienen que comenzar desde cero a reconstruir su vida y familia. Los impulsos y entusiasmos de solidaridad inicial con el “Wilcome” tienen que transformarse en una profunda asimilación e inmersión en nuestro sistema cultural, laboral y económico. Todos hemos sido, desde que nacemos, unos recogidos y refugiados. La familia es la primera estructura receptora de ayuda al ser humano que comienza. Después viene la sociedad, la comunidad nacional, el Estado. Los ciudadanos deportados que llaman a las puertas de Europa deben ser los nuevos miembros de una Europa renovada y unida. No pueden ser siempre un apéndice de nuestros sistemas de vida y de valores. No van a ser el resto social, no van a ser los excluidos, los “lumpen” del capitalismo y del mercado. Tenemos que prepararnos para una gran “marcha de la necesidad”. Pero no hace falta que Europa se empobrezca. Bastaría que renunciásemos a tanta fastuosidad, abundancia y despilfarro. Con lo que nos sobra a nosotros vivirían muchos. Pero hay que renunciar a salarios tan altos en niveles directivos, en profesiones liberales. Renunciar a tanto palacio, servidores, asesores, protocolos, viajes, representación, despachos, recepciones, banquetes o regalos. Lo demás son pancartas sociales. Aprovechemos la nueva cultura y realidad del refugiado explícito para refugiar nuestra cultura en los valores dormidos.