Feliz Navidad
26/12/2014 - 23:00
Durante el tiempo litúrgico del Adviento, la Palabra de Dios nos ha recordado insistentemente la necesidad de disponer nuestro espíritu y nuestro corazón para hacer memoria y celebrar con gozo renovado el misterio de la encarnación del Hijo de Dios. Todos necesitamos prepararnos interiormente para recibir el don de la luz, de la paz y de la alegría que se concentran en este misterio. La celebración del nacimiento de Cristo tiene el poder de transformar la vida de todo hombre y de darle una nueva orientación a la existencia humana. El encuentro con el Niño Dios, si lo vivimos conscientemente, tiene que ayudarnos a abrir la mente y el corazón a las necesidades de nuestros semejantes, superando el egoísmo y la búsqueda obsesiva del interés personal. De este modo, todos podremos convertirnos en testigos de la luz de Belén que viene para iluminar los corazones de los hombres y mujeres de hoy. Para que esto sea posible, hemos de pararnos serenamente en la contemplación meditativa del misterio que celebramos.
En la noche de Navidad, Dios se hace carne y se convierte en don, en regalo inesperado y salvífico para toda la humanidad. Asume nuestra débil humanidad para regalarnos su divinidad. Este es el gran don, el incomparable don de Dios a los hombres y mujeres de todos los tiempos. Partiendo de este regalo de Dios a la humanidad, nosotros, además de manifestar sentimientos de felicidad, de amor y de paz hacia nuestros semejantes durante el tiempo de Navidad, solemos también hacernos algún regalo material como expresión de cariño y de afecto sincero. Está bien que tengamos estos gestos de cariño y de cercanía hacia nuestros semejantes, pero en todo momento hemos de tener presente que el regalo material no puede sustituir nunca la donación del corazón. Lo más importante no es el regalo que hacemos o el valor material del mismo, sino el sentimiento de amistad y de cariño verdadero que ha de acompañar siempre el gesto de la donación.
El papa Benedicto XVI, contemplando la donación de Dios a la humanidad en el misterio de la Navidad, solía decir que quien no dona algo de sí mismo, dona demasiado poco. En el misterio de la encarnación y a lo largo de la vida de Jesús todos podemos descubrir que Dios no se ha limitado a regalar algo, sino que se ha donado a sí mismo en la entrega de su Hijo unigénito. Cuando nos planteamos las relaciones con nuestros familiares, amigos y conocidos durante el tiempo de Navidad y a lo largo de la vida, no dejemos de contemplar a Dios como modelo y ejemplo de donación. Si actuamos según sus criterios y sentimientos, experimentaremos la felicidad de la entrega a los hermanos y nuestras relaciones estarán siempre guiadas por la gratuidad del amor.