Fumata blanca

16/02/2013 - 00:00 Santiago López Castillo

 
 
 Es estremecedor oír a los enemigos de la Iglesia, agnósticos y fiestas de no guardar, opinando sobre la renuncia de Benedicto XVI al papado. Joder, qué tíos, ellos que no se van del cargo ni con agua hirviendo. Sobre todo, esa mentecata llamada Valenciano, que en nada tiene que ver con mi santa madre Francisca en su segundo apellido, víbora política para envenenar al adversario y estrangularlo. A un intelectual como Ratzinger le pusieron a caer de un burro cuando llegó al pontificado. Retrógrado, que era facha en fino, autoritario, reaccionario, etc., etc. Y no le llamaron nazi no fuera a ser que vinieran las SS. Puente Ojea, ahora, ex embajador en el Vaticano, con la vena socialista corriéndole por todo el cuerpo, lo ha calificado de introvertido y de fracasado. Los odios, cuando se disparan, evidencian un alto grado de complejidad; igual que la envidia, a la que tan dado somos los españoles. Uno, que es sólo una coma en el panorama literario, no ha envidiado a nadie; ha admirado a montones de seres aun sin sentirlo.
 
   Pero las formas son las ídem y el decoro resulta una de las virtudes teologales o cardinales, da igual cuál. Ejemplo es -además de fiel creyente- mi amigo Paco Vázquez, el mejor alcalde de La Coruña, y embajador modélico ante la Santa Sede. De modo que estos ateos, agnósticos y mediopensionistas llenos de dinero, el trinque que no falte, se han puesto a varear el débil cuerpo de Benedicto XVI. Un Papa que, en menos de una década, ha tratado de meter mano, con perdón, a los religiosos pederastas, a la oscura Curia, a su contable y abrazar a los fieles hermanos de veintitantos países, especialmente España. Pero 86 años son una carga que te dobla, y más llevando sobre las espaldas el granítico peso de la Iglesia de San Pedro. Sin pronunciar el “por qué, Señor, me has abandonado…?” Joseph Ratzinger ha optado por su renuncia, que algunos iletrados compañeros de profesión califican de dimisión, circunstancia que no se da en la Iglesia y menos, por otro lado, en una casta política y corrupta que ya dio con los huesos en la cárcel.
 
 Son los mismos que pidieron que Juan Pablo II, debilitado y moribundo, libertador del Muro de Berlín, pidieron, digo, que dejara la Santa Sede. ¿En qué quedamos, burriciegos de Dios? No sé si como mal creyente, llevo en mi muñeca la pulsera del grande polaco, “No tengas miedo”, junto a la máxima del alemán admirado y no bien respetado: “Concilio y Tradición”. A partir de hoy los cardenales entran en las quinielas del 1, X, 2. Pero a esto no juego. Ni al Barça ni al Real Madrid. Que venga el Espíritu Santo y nos sople al sucesor de Pedro. Fumata blanca. Acúsese al que se haya tirado un pedo.