Furtivos

01/10/2010 - 09:45 Hemeroteca

El comentario
RAFAEL TORRES Periodista
Ha sido desmantelada una red de cazadores furtivos que operaba en la Sierra de Gredos, y en el curso de la operación se ha detenido a cincuenta de sus integrantes, la mayoría reincidentes, pero éstos no son aquellos furtivos que, impelidos por la necesidad, salían al monte en procura del sustento de la familia y, si la jornada había sido propicia y no habían tenido ningún mal encuentro con la pareja de la Guardia Civil, volvían a casa con un par de liebres, o a lo sumo, excepcionalmente, con un jabalí, sino que éstos matan por el gusto de matar y pagan el dinero que los organizadores de las matanzas le pidan por ello, entre medio millón y un millón de pesetas por unas horas de sano, deportivo y ecológico esparcimiento, pues los cazadores insisten en que lo suyo, el asesinato masivo de criaturas vivas, inocentes, indefensas, inofensivas, necesarias, bellas, es un sano deporte y, desde luego, extraordinariamente benéfico para la naturaleza.
Así como el uso de la violencia es privativa del Estado, que entonces se convierte en “legítima” por arte de su magia, así la caza “legal”, reglamentada, es aquella que cuenta con las bendiciones del propio Estado, que se lleva su correspondiente mordida, pero lo cierto es que entre la que paga impuestos y la furtiva no hay más que una diferencia hacendística, de contrabando, que no, desde luego, moral. El que mata, mata, y por mucho que él no lo sienta, pues en verdad hay que tener embotados los sentidos y la conciencia para hallar placer en matar, no deja por ello esa práctica de ser repulsiva, contraria a la civilidad y, desde luego, letal para nuestros hermanos los animales. Trescientos cincuenta “trofeos”, cornamentas y cabezas decapitadas, ha intervenido la Guardia Civil a éstos escopeteros, una futesa en comparación con los miles y miles que cosecha cada año, porque sí, la caza “legal” en España. Había, entre los despojos que llaman “trofeos”, el de un águila. El que de un tiro le derribó en vuelo, andaba suelto por la calle y, seguramente, hasta votaba.