Gallardón

25/09/2014 - 23:00 Pedro Villaverde Embid

Lo insólito en política ha ocurrido esta semana. Un ministro ha dimitido. Eso ya es noticia. Pero se añade que lo ha hecho sin estar implicado en ningún caso de corrupción, ni ha sido puesta en duda su honestidad. Simplemente ha sido, salvo otros motivos que no hayan trascendido, por no poder llevar a cabo uno de sus principales proyectos ideológicos. Gesto coherente, sensato y plausible. Por una vez las ideas por encima del encanto del sillón. Su historia, sin embargo, nos parece la de un largo cúmulo de errores que comenzaron en la campaña electoral que llevó a los populares al Gobierno. Allí, el partido de centro derecha incluyó en su programa la reforma de una cuestión sin que existiera en aquel momento demanda social. El segundo error fue el no limitarse a quitar los aspectos esperpénticos de la reforma de Zapatero, es decir el considerar el aborto un derecho y lo de poder abortar sin consentimiento ni conocimiento de los padres teniendo 16 años. Pero en lugar de retocar, se metieron los populares a fondo en el tema y propusieron reformar lo aprobado en 1985 por Felipe González que había permitido a José María Aznar gobernar ocho años sin tocar un ápice. Es decir que no hacía falta meterse en el lío. Otra equivocación ha sido el momento y la forma de notificar la retirada del proyecto por parte de Rajoy dejando al pie de los caballos a Gallardón, ridiculizado y traicionado por los suyos, aunque la decisión de fondo sea la acertada. No se puede legislar en contra de la opinión de la mayoría y en especial de la de muchos de tus propios votantes. La opinión pública cuenta y el Gobierno sabe escuchar.
Es lo inteligente sí, pero ha habido un incumplimiento electoral y mucha gente ha quedado decepcionada y enfadada. Una marcha por toda España, en la plaza de Santo Domingo de Guadalajara también el pasado domingo, a favor de la vida, demuestra ese malestar. Gallardón, pese a ser el gran perdedor de toda esta historia con la que ha terminado su carrera política, al menos en el PP, es el único que ha sido valiente. Tras una brillante trayectoria iniciada en 1986 cuando Fraga le ‘bautizó’, fue presidente de la Comunidad Autónoma y alcalde de Madrid, con mucho respaldo, ganando una y otra vez en las urnas por mayorías absolutas y sonando como relevo a Rajoy. Su nobleza, empeño, coherencia y torpeza le han catapultado. Al menos ha sido fiel a sus convicciones.