Gordo y envidia

19/12/2015 - 23:00 Antonio Yague

A mi amiga rusa Inna Kuzina, gran filóloga hispánica, le extrañaba que en Madrid a una barra de pan le llamemos pistola y ladrón a un distribuidor de corriente. También el fervor por jugar a la Lotería de Navidad. Sostiene que los españoles, más que los rusos o chinos, grandes ludópatas, lo hacemos por envidia. “Conocéis las casi nulas posibilidades de ser agraciados con el Gordo. Una entre 100.000, como si le cayera solo a un espectador del clásico Barça-Madrid. Pero jugáis por si le toca al otro, y a vosotros no”, razonaba. Puede tener razón. Dos investigadores de la Universidad de Harvard dieron a elegir a los alumnos de la Escuela de Salud entre dos escenarios: en uno, ellos ganarían 50.000 dólares a la lotería cuando el resto de la gente lograría 25.000, es decir, la mitad. En el segundo, ellos ganarían 100.000 y los demás ganarían 200.000, más del doble. Todos prefirieron el primero. Otro cálculo, desde el campo científico, iguala las posibilidades de que toque el Gordo con la de que te alcance un rayo paseando en Alcalá, durante una tormenta desarrollada en Guadalajara. Los expertos discrepan sobre si el dinero da la felicidad o no. Hay más defensores de lo primero. Un estudio de la Universidad de California cifra en 12.000 euros los ingresos mínimos anuales para ser feliz. Pero otro más exhaustivo de Suecia asegura que la dicha de los agraciados con un gran premio es temporal. Solo experimentan más felicidad el primer año. Los siguientes se mantienen igual: se acostumbran al nuevo tren de vida y no les resulta extraordinario. “Si te toca un millón, debes calcular para que la mejora de tu situación sea paulatina: gastar sólo un 1,5% el primer año, un 3% al siguiente, y así hasta llegar al 30%”, aconsejan los autores. Gracia Querejeta ha mostrado en su película ¡Felices 140! que un premio de tantos millones puede arruinarte la vida. El filme retrata cómo el dinero y la codicia pueden hacer aflorar lo peor del ser humano. En el Señorío el Gordo no cae desde 1852. En el número 11.528. Anteayer. En mi pueblo, al tío Tomás le tocaba siempre. “Este año, 2.000 pesetas. Las que no he jugado”, fardaba con su habitual retranca.