Indiferencia social
He ahí otro peligro para la democracia. La indiferencia es un proceso de la mente por el cual pierden valor e interés todos los datos relacionados con la situación social, aumentan las dudas sobre la sinceridad y coherencia de los gobernantes, causan desaliento e indignación la extensión y generalización de conductas deshonestas. Los efectos más devastadores de la indiferencia se producen en el nivel moral de la persona y de la población. Ya no hay denuncia ni resistencia, ya no hay oposición ni lucha contra los males o las injusticias. Se pierde la fe en la regeneración social y se aceptan las situaciones irregulares como algo normal en democracia. A continuación viene la resignación y la impotencia moral si no la desesperación. Se pierde la esperanza del cambio y se renuncia a la participación en la mejora de la sociedad. Ese es el perfil psicológico del ciudadano actual ante el triste panorama de la política en nuestro tiempo. Lo más peligroso es que la indiferencia afecta al juicio y al sentimiento del hombre por lo cual éste pierde la capacidad de medir el alcance de la responsabilidad y de la acción. Es un vacío de la inteligencia y de la conciencia que se presenta como desarmada frente a tanto atropello de la justicia o de la igualdad. El término alemán es más expresivo: Gleichgültigkei (todo vale igual, todo es lo mismo) no hay diferencia entre lo bueno y lo malo, con pérdida de la capacidad de discernimiento moral de las cosas. No hay balanza. Es la mayor manipulación del ciudadano, conseguir de él que no reaccione ante los males destruyendo toda capacidad de crítica ni positiva ni negativa. Ya no hay valores, todo da igual y a todo se acostumbre uno. Se renuncia a toda iniciativa en esa dirección.Además de todo eso, la indiferencia es una amenaza para el espíritu europeo de construcción y colaboración. No es un sentimiento aislado (pues viene acompañado de otros muchos) pero sí aísla al que lo posee, aportando pasividad, paralizando la toma de decisiones y frenando la confianza en las instituciones. En el peor de los casos, la indiferencia se transforma en complacencia con las irregularidades observadas que llega a la complicidad en dichas prácticas y a participar en ellas. Para que esta ausencia del espíritu democrático no se extienda o se universalice, es necesario reaccionar frente al mal o la pobreza en el mundo. La despreocupación es, igualmente, un deterioro de la democracia que conduce al desinterés por los temas sociales. Muchas veces existe una falta de política de incentivos que se reducen sólo al interés económico llamado dinero que lo mueve todo y, paradójicamente, lo envenena todo. No importa nada más que lo que se paga. Todo lo que necesitan los totalitarismos para que triunfen es que nadie se interese por ellos y sean indiferentes ante ellos.