Invoquemos a María
03/05/2012 - 18:48
Los cristianos confesamos en el Credo que Jesucristo, concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa Maria Virgen. Con esta confesión de fe, reconocemos que Jesús procede enteramente de Dios y que, al mismo tiempo, es totalmente uno de nosotros. Gracias a la generosa colaboración de María, Jesucristo puede compartir con nosotros la condición humana en todo, menos en el pecado. María, por lo tanto, colabora de forma activa y amorosa en el hacerse hombre el Hijo de Dios. Con su respuesta positiva y libre al anuncio del ángel, la Santísima Virgen se convierte en modelo de fe para la Iglesia y para todos sus miembros. Como ninguna otra criatura a lo largo de la historia, Ella pone su persona, sus pensamientos y toda su existencia en las manos del Padre para que se cumpla la voluntad divina. En nuestros días todos reconocemos la fe mortecina en muchos bautizados, que viven como si Dios no existiese. Pero, si somos sinceros con nosotros mismos y nos paramos a revisar nuestra vida de fe, todos podremos descubrir que no acabamos de fiarnos totalmente de Dios. Decimos que creemos en Él, pero luego la vida nos sorprende en muchas ocasiones actuando según nuestros gustos o de acuerdo con los criterios del mundo. En vez de buscar en cada momento la voluntad de Dios, nos dejamos arrastrar por intereses distintos a los suyos o nos buscamos a nosotros mismos.
Durante el mes de mayo, la Iglesia nos invita a venerar de un modo especial a la Santísima Virgen, como Madre de Jesucristo y como Madre nuestra. En muchas parroquias y santuarios de la diócesis, comenzando por la fiesta de Nuestra Señora de Barbatona, los cristianos pedimos a Dios por intercesión de María ayuda y protección en medio de las dificultades de la vida. Como buena madre, María siempre escucha la voz de sus hijos e intercede por todos ante su Hijo Jesucristo. En el Youcat, catecismo joven de la Iglesia católica, editado con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en Madrid, se nos dice: Puesto que el amor de la Santísima Virgen por nosotros no cesa nunca, podemos estar seguros de que intercede por nosotros en los dos momentos más importantes de nuestra vida: ahora y en la hora de nuestra muerte. Oremos, pues, confiadamente a la Virgen Madre para que aumente nuestra fe, para que nos enseñe a vivir como auténticos hijos e hijas de la Iglesia de su Hijo y para que nos ayude a establecer sobre la tierra la civilización de la verdad y del amor, según el deseo de Dios y para su gloria.
Durante el mes de mayo, la Iglesia nos invita a venerar de un modo especial a la Santísima Virgen, como Madre de Jesucristo y como Madre nuestra. En muchas parroquias y santuarios de la diócesis, comenzando por la fiesta de Nuestra Señora de Barbatona, los cristianos pedimos a Dios por intercesión de María ayuda y protección en medio de las dificultades de la vida. Como buena madre, María siempre escucha la voz de sus hijos e intercede por todos ante su Hijo Jesucristo. En el Youcat, catecismo joven de la Iglesia católica, editado con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en Madrid, se nos dice: Puesto que el amor de la Santísima Virgen por nosotros no cesa nunca, podemos estar seguros de que intercede por nosotros en los dos momentos más importantes de nuestra vida: ahora y en la hora de nuestra muerte. Oremos, pues, confiadamente a la Virgen Madre para que aumente nuestra fe, para que nos enseñe a vivir como auténticos hijos e hijas de la Iglesia de su Hijo y para que nos ayude a establecer sobre la tierra la civilización de la verdad y del amor, según el deseo de Dios y para su gloria.