Irse al campo

19/09/2015 - 23:00 Luis Monje Ciruelo

Irme al campo en plenas Ferias y fiestas puede parecer algo extraño. Pero no tanto si se vive en pleno corazón de la ciudad, entre la plaza de Santo Domingo y la calle Capitán Boixareu Rivera, donde todo espectáculo festivo, tanto de día como de noche tiene su asiento. Las ventajas del lugar son indudables, pero también los inconvenientes, aunque estos haya que explicarlos. Por debajo de mi terraza y ventanas pasan procesiones y manifestaciones pero en Ferias también la algarabía de las peñas, los encierros matutinos y las charangas de escandalosos decibelios camino o de regreso de la plaza de toros. En Santo Domingo se montan espectáculos musicales hasta medianoche, a veces prolongados hasta el toro fuego que sale a las tres de la madrugada con profusión de cohetes y gritos y carreras sin control. Es decir, durante más de veinticuatro horas diarias los ruidos de toda índole son los dueños de mi calle, y no voy a andar con denuncias cada hora para que la policía municipal los controle y modere. Así que el sábado pasado, que era de los días más divertidos, según los jóvenes, y más escandalosos, según los mayores como yo, decidí marcharme en las horas cumbre al campo, aprovechando las últimas coletadas del caluroso verano. Y elegí para ello, como en ocasión anterior, una hermosa chopera del Henares en término de Cerezo, no lejos de La Muela de Humanes. Es un tramo que con un poco más de caudal y aguas más reposadas sería un sitio ideal para navegar con barca de remos bajo un frondoso dosel de chopos, alisos, fresnos y otros árboles de ribera. Allí el ruido de la capital en fiestas se trocó en paz, silencio y sosiego con el arrullo del batir de las aguas entre guijarros, el murmullo del viento en la fronda, los trinos de los pájaros en la enramada y, para ser más realista la descripción, con el lejano rumor del paso de un antiguo tren de mercancías no precisamente por la vía del alígero AVE. Pero, como buen ciudadano, no quise huir de la ciudad sin advertírselo al Ayuntamiento, para lo que le pedí al concejal de festejos, en atención a mi edad, que redujera los ruidos de mi calle. No me hizo caso, naturalmente, por lo que me fui a Cerezo Y eso que se lo pedí en prosa y en verso. Los versos eran de un soneto titulado “Fiestas” al que pertenecen estos dos tercetos: “Pero ahora, sin ti, me molesta el ruido/, por lo que al concejal de Fiestas pido/ menos bulla, o que aleje los festejos/; que las charangas al doblar mi esquina/ interpreten sus piezas con sordina/ o me avise para marcharme lejos.” Y es lo que hice yéndome a Cerezo.