Juan Ortega cuaja una faena antológica en Linares a un toro de Juan Pedro
El diestro, de raíces checanas, cautivó por su toreo de gran naturalidad y belleza el pasado domingo, 30 de agosto.
Tuvo que ser en Linares para que un toro de Parladé, no anunciado de titular, encontrase las muñecas precisas. De nuevo ese revolotear alado del tronco más clásico del toreo. El recuerdo de aquel 15 de agosto de La Paloma de hace dos años encarnado en el presente. Y la confirmación de que la revelación de aquel entonces es una agradable realidad en esta atípica temporada. En una jornada enmarcada en el aniversario de dos muertes trágicas en los ruedos: la de Manolete (28 de agosto de 1947) y la de Yiyo (30 de agosto de 1985). Quizá por ello, los compases del pasodoble ‘Manolete’ reverberaban de manera especial en los tendidos de Linares tanto tiempo después de la tragedia del mito eterno del toreo.
Ya con el toro de Luis Algarra que rompió plaza firmó Juan un ramillete de excelentes verónicas que hizo crujir los tendidos. No fue éste un toro propicio para el triunfo y menos para el reencuentro en los ruedos tantos meses después de Valdemorillo. Desarrolló el astado complicaciones y, a medida que transcurría la faena, fue orientándose. No obstante, anduvo solvente el diestro ante un animal al que planteó todo a su favor.
Tampoco las cosas arrancaron de la mejor forma posible con el segundo de su lote, un toro bien hechurado de Parladé, que perdió la vaina del pitón y hubo de ser devuelto a corrales. En su lugar saltó otro del mismo hierro de seria estampa y encastado al que dejó un buen quite por Chicuelo. El inicio de faena tuvo el sabor del temple y la despaciosidad. Con la izquierda llegaron series inconmensurables en una faena cargada de inspiración. Toreo de mucha verdad en los naturales largos, incluso con la mano derecha y la figura encajada, que eclosionaron la tarde en un faenón rebosante de torería a fuego lento. Media y descabello. Dos orejas.
Otra obra importante fue la de Álvaro Lorenzo ante un gran toro de Algarra por exigencia, transmisión y humillación, al que incluso llegaron a pedir el indulto. Le entendió a la perfección Lorenzo en una faena de mucha transmisión y aplomo que le valieron otras dos orejas.
Por su parte, el gaditano Daniel Crespo pudo mostrar sus credenciales y cortó una oreja.