Juliana, a sus 90 años, asegura que la clave de la ‘eternidad’ está en la Miel de la Alcarria

10/11/2025 - 19:25 Paco Campos

Juliana Villamil Centenera cumplirá 90 años el próximo mes de abril. Vive a caballo entre Alcalá de Henares y las tierras alcarreñas de Durón, donde el Embalse de Entrepeñas fue, y a veces todavía es, el llamado Mar de Castilla.

Juliana encarna la vitalidad que el tiempo no ha podido doblegar. Con el cabello pulcramente peinado y una mirada vivaz y directa, testigo de nueve décadas de vida, conserva la ligereza de quien nunca se detuvo a pensar en la edad. Nacida en Anchuelo, en la Alcarria alcalaína, se prepara para soplar las 90 velas con una disciplina que asombra: camina una media de 15 kilómetros diarios y se zambulle tres veces por semana en sesiones de acuagym.

La energía que exhibe tiene un origen claro y dulce, que ella misma desvela con orgullo: “La clave es andar mucho, esforzarse mucho y comer sano... y tomar miel de la Alcarria a diario, en el café o en la manzanilla”.

 

Un cerezo y una parcela en Durón

Aunque reside en Alcalá de Henares, su corazón late con fuerza a orillas del Tajo. Hace más de seis décadas, Juliana y una de sus hermanas -es la mayor de una familia de 10, de los que hoy viven cuatro- establecieron su segundo hogar en Durón, a corta distancia del embalse.

Recuerda con claridad el momento fundacional: rondaba la treintena, acudía con tiendas de campaña y, durante un paseo, encontró el lugar donde echar raíces. “Vimos un cerezo con un cartel que decía se vende”, rememora. Era la finca de Montecortado, un terreno elevado desde el que se divisa el agua, cuya verja de hierro aún luce el apellido familiar: Villamil.

Durante décadas, aquel rincón fue su refugio en los meses cálidos. Allí se quedaba semanas enteras cuando vivía su marido, fallecido hace tres lustros, y allí regresa ahora acompañada por una de sus hijas para cuidar los rosales. “Me encantan las flores”, confiesa, mientras describe los paseos que aún realiza por su parcela, desde el seto hasta la carretera.

 

El Mar de Castilla y sus recovecos

Juliana conoció Entrepeñas en su máximo esplendor, cuando el pantano era sinónimo de bullicio y turismo. Sus recuerdos la transportan a una época de ocio acuático que hoy resulta impensable. No solo se zambullía en sus aguas, sino que tenía su propia embarcación.
 

“Teníamos una barca con motor —cuenta—. Desde la parcela bajábamos hasta la ribera y recorríamos la cola del embalse”.

 

Evoca con nitidez las travesías por el pantano, el ambiente veraniego, las barcas, los restaurantes y los merenderos que animaban las noches frescas de Sacedón y su entorno. En medio de esa memoria emerge una de sus anécdotas más singulares: la de la ermita de la Virgen de la Esperanza, patrona de Durón, que quedó sumergida tras la construcción del embalse y fue más tarde reconstruida en lo alto de un cerro.
Con una sonrisa pícara, bondadosa y nostálgica, narra: “Me bañaba en la sacristía, porque bajaba el agua y no tenía techo”.

 

La melancolía del paisaje cambiante

Hoy, el entorno ha mudado de piel al ritmo de los altibajos del agua. Juliana admite que el panorama ya no es el mismo. “Alguna vez me da tristeza; antes tenía muchísima agua y era muy bonito”, confiesa.
 

Añora el ambiente festivo de antaño, cuando los pueblos ribereños ofrecían cenas al aire libre y música sobre la orilla. Lamenta que hoy ese bullicio haya desaparecido, aunque comprende el temor de los nuevos emprendedores: “¿Quién se arriesga cuando de repente se queda el embalse vacío?”, reflexiona.

Aun así, conserva la fe en que el pantano recupere su esplendor y los pueblos su pulso. “Cuando está lleno, es una maravilla; como debe estar”, asegura.

 

El secreto de la longevidad alcarreña

Viuda desde hace 15 años y madre de cuatro hijos, Juliana atribuye su energía a una combinación de actividad constante y devoción por el entorno natural.
 

En Alcalá mantiene una rutina diaria exigente: camina largas distancias después de sus clases de acuagym y siempre “sale como nueva”. Su última escapada, de las múltiples que realiza por España y Europa, la llevó al paraje de Pinarejos, en Arauzo de Miel (Burgos), donde el río Arandilla serpentea entre pinares y sabinares. Allí, a sus casi 90 años, se adentró entre hojas otoñales para recoger setas y castañas, “como una niña”, dice entre risas.

Además del ejercicio, el secreto, insiste, está en la dieta y, sobre todo, en su costumbre más arraigada: la miel de la Alcarria. “La tomo a diario –asegura-; en ese néctar dorado está la fuerza que me mantiene viva”.

Juliana considera que La Alcarria sigue siendo “un lugar privilegiado, bueno para la salud y el espíritu”. Entre los rosales que ciuda en Durón y la imagen del pantano, que vuelve a estar “casi lleno”, mantiene intacta una fortaleza que, para ella, es la verdadera clave de la ‘eternidad’.