Justicia a la danza

23/05/2012 - 17:21 Redacción

Cuando el viernes acudía al Buero Vallejo a ver “Los virtuosos, grans moments de la dansa” y la acomodadora me proponía sentarme donde eligiera al tiempo que veía más de la mitad del aforo vacío, un escalofrío de tristeza y desconcierto me recorrió el cuerpo, sentimientos probablemente compartidos por los propios bailarines. Se trata de un fenómeno, la respuesta del público, nada nuevo ni extraño en este país, pero que bien pudo encontrar su causa en un título poco descriptivo, aparte de una habitual publicidad cultural bastante deficitaria. Confieso que, al ver el título, yo también tuve que ir a la web para enterarme un contenido tan sólo intuido, dándome cuenta de la categoría del espectáculo al ver el dossier: un selecto y acertado repaso de figuras y obras clave de la danza con intérpretes de lujo que no me hubiera perdido por nada. Es sabido que el público en general prefiere una obra concreta y, al ser posible conocida, como Coppelia (marzo) o La Cenicienta (octubre), obras con las que casi se completó el aforo, a un espectáculo compuesto en parte de fragmentos de varias; sin embargo, la fineza de la construcción, el elenco (que contaba con primeros bailarines del Teatro de la Ópera de Bashkirian, del Teatro de la Ópera de Bucarest y del Ballet Nacional de Cuba) y el contenido mismo, perfectamente hilado, lo hacían incapaz de defraudar a nadie. El itinerario por la Danza Contemporánea a través de pequeñas piezas coreográficas creadas para la ocasión por Lara Gudetti y Francesco Pacelli (coreógrafos y bailarines de la Cía. Sanpapié) comienza con Isadora Duncan, símbolo de la liberación del tutú y las puntas (cambiados por túnica griega y pies desnudos), y con la interiorización corporal de ese movimiento del mar que tanto la marcó, representado bajo el sonido de olas, en “Soplo”. El movimiento grácil de la primera revolucionaria da paso a la danza abrupta de Martha Graham en “Huellas”, con sus movimientos secantes y las inhalaciones - exhalaciones sonoras que marcan su característico movimiento intercostal. La otra mención es para la Pina Baush y su danza teatralizada, compleja y enigmática, aproximada al espectador a través de “Con los ojos cerrados”, en alusión a la original práctica de la coreógrafa alemana en, quizá, su obra más famosa (“Café Müller”). Una recreación que, por cierto, me permitió comprender su trabajo, mejor que la película sobre ella estrenada hace unos meses (“Pina”). El repertorio contemporáneo se intercala hábilmente entre Pas de Deux de grandes obras clásicas en homenaje a sus más célebres intérpretes: desde “El espectro de la rosa” (primera actuación de Nijinsky) hasta “Don Quijote” (Baryshnikov) pasando por “Guiselle”, cuya extrema delicadeza llevaría a la fama a Alicia Alonso; “La muerte del cisne” (solo para Pavlova); “El lago de los cisnes”, por Plisétskaya como célebre cisne negro; “Espartaco”, en memoria de Vasiliev; y “El corsario” (Nureyev y Fontyn). Con una introducción y una mejor coda final, esta didáctica composición, idea original de Marha García y Orlando Salgado (Cuba), conducida por una voz en off y concebida como un deliberado ejercicio de claridad narrativa, no pueda más que calificarse de espléndida. Por su parte, la escenografía, sencilla y cuidada, es una evocación helénica que subraya el carácter de homenaje de una obra que llega a Guadalajara de la mano de la Red de Teatros de la Junta. Recordando con emoción los aplausos espontáneos ante las piruetas de los bailarines por un público escaso pero fervoroso, no puedo más que apelar la necesidad de informar y formar a un público capaz de amar la danza pero necesitado de referencias. (legisarte@gmail.com).